Aunque entonces le dimos hasta en el cielo de la boca (no habíamos conocido más que la Dictadura, y lo queríamos todo), escuchar hoy a Felipe González y ver los espantajos que le han sucedido, nos lleva, como tantas otras cosas en España, a la melancolía. No sé si es esa la razón secreta del escandalillo que han producido las manifestaciones del nuevo líder de la izquierda española (eso es a lo que aspira Pablo Iglesias), en el fondo la nostalgia que despierta comparar lo que fue la Transición, de la que tanto renegamos entonces, con este sainete que vivimos hoy. Lo de Iglesias Turrión y su referéndum de autodeterminación en Andalucía del año 1977 (cuando ni siquiera se había aprobado la Constitución y no había ni autonomías) revela dos cosas: la verdadera dimensión de la incultura de Turrión y el estado penoso de nuestra universidad y de nuestra política. Que un profesor de ¡Ciencias Políticas! desconozca hasta los acontecimientos más básicos de la historia reciente de España, y que pretenda ser presidente de una nación cuya historia ignora, explica muy bien los errores de un régimen que arrasó con el mérito personal, y, por ello, acabó ahogado en la corrupción y el mando de los peores. Repasen la letra de Cambalache, el tango de Enrique Santos Discépolo, que allí estaba ya todo.

Pero lo que nos ha traído a la memoria el desatino de Iglesias ha sido la inevitable comparación entre aquel PSOE y éste, el postzapaterista, el incapaz de enviar a ZP definitivamente a Venezuela, a hacerse fotos con gorrita, y catalizar con su suave presencia el fin definitivo del chavismo. No levantarán cabeza hasta que no lo hagan, hasta que no vuelvan a ser un partido socialdemócrata de verdad, occidentalista y español, ajeno a la imposición de unos modos de vivir y una moral de Estado que caracterizó al zapaterismo y regresa con Podemos. En Alicante ya han empezado a restringir las terrazas en las calles y se han iniciado, en toda la Comunidad Valenciana, las advertencias a los médicos y a los funcionarios sobre la lengua que han de utilizar en su trabajo.

Aquel PSOE promovió un referéndum en Andalucía para conducir su proceso autonómico hacia el mismo nivel de competencias que se le iban a conceder a Cataluña, País Vasco y Galicia. Es decir, que lo hizo para que en España, empezando por Andalucía, no hubiera privilegios ni asimetrías. Que lo hizo, vaya, para la igualdad. Mientras que el PSOE de hoy, esto del pobre Sánchez, tan perdido que ya no sabe por dónde le vienen los capones, propone exactamente lo contrario: singularidades, privilegios, asimetrías, senado de diseño para Cataluña (como si así los fueran a conformar, cuando pretender conformarlos ha sido el gran error desde el origen), reconocimientos y zarandajas diversas para justificar, al final, un pseudoconcierto económico a la vasca, que sólo nos dejará más ruina. Y por eso se lo están comiendo entre los nacionalistas y Podemos, por un lado, y los que quieren seguir siendo españoles, que se han ido con Rivera, por el otro. Que Felipe se lo explique a su partido a ver si queda algo.