Hay muchas maneras de hacer el ridículo, pero sólo una de que las tonterías que uno hace sin pensar terminen convirtiéndose en la peor de las pesadillas: su difusión. Las nuevas tecnologías están poniendo en evidencia la inteligencia de muchos de sus usuarios. Aunque bien es cierto que es de cajón: si faltan luces para hacer según qué chorradas en público, aunque sea en petit comité, tampoco sobrarán a la hora de moverse por la virtualidad. Uno de los últimos en caer en la trampa del narcisismo compartido ha sido un empresario de Lebrija, admirador de la época en la que España estaba dividida entre vencedores y vencidos.

El hombre, seguramente por hacer la gracia a los que le acompañaban, simuló (por ser benevolente) ser un exacerbado franquista de los de aquí mandan mis hijos no nacidos de gallina, y gritó un «Viva Franco» a pleno pulmón sentado en la trona que corresponde a la alcaldesa de la localidad en la sala de plenos de la misma. Esto no hubiera tenido mayor trascendencia en la época en la que vivíamos mucho más tranquilos sin estos aparatitos del demonio que nos quitan tiempo, sueño e intimidad. La pieza clave de esta tragicomedia la colocó un amiguete del susodicho, quien grabó un vídeo que su protagonista mandó por whatsapp (no se pudo resistir, para su desgracia) y de ahí a la perdición de Youtube. De modo que el empresario en cuestión ha tenido que pedir perdón públicamente y renunciar a ser Baltasar en la cabalgata de su pueblo ante la cantidad de críticas no constructivas recibidas. Y todo por no saber aguantar las ganas de difundirse.

Imitando a aquellos motoristas descerebrados que lucen sus mortales locuras narcisistas en las redes para finalmente caer multados y hasta encarcelados, a este señor lebrijano por todos sus vecinos conocido (y más allá, desde ahora), el ego que no le cabe en el pecho le traiciona al compartirlo con la difusa virtualidad. ¿Es que este señor no ve las noticias? Para mí es más grave su incapacidad para multiplicar ese premonitorio dos por dos que su admiración por los dictadores. La ideología de los demás no me molesta mientras no moleste. Justo lo contrario de lo que les sucede a los que molestan a quienes no molestan, ya saben.

Por todo esto concluyo que la pérdida de la corona navideña por parte de este señor de Lebrija nada tiene que ver con la esvástica, sino más bien con la arroba, que es más universal. No es de extrañar, pues, que haya terminado haciendo uso ilegítimo de la enfermedad ajena con el fin de redimirse ante la opinión pública, ofreciendo su corona a la presidenta de una asociación que lucha contra el cáncer. La típica foto del ricachón con el niño muerto de hambre. Era de esperar.