El mundo está lleno de tragedias, de guerras, de enfrentamientos, de eternas campañas electorales que hace que el personal se pregunte si es que estamos en continuas elecciones. Sí, el mundo está lleno también de personajes como el machista alcalde de Carboneras o el prepotente alcalde de Cartagena, por poner sólo dos ejemplos de sujetos realmente singulares, pero el mundo, por suerte, también atesora personajes de una altura moral increíble, de una entrega a los demás digna de admiración.

Sí, por suerte, en el mundo habitan seres humanos como Eustaquia y Ángela, madre e hija, ganadoras del Premio al Solidario Anónimo 2015, convocado por la Universidad de Murcia y la Plataforma de Voluntariado de la Región de Murcia. El premio que les fue entregado días pasados, reconoce la historia de dos mujeres que desde hace años vienen desarrollando una importante y significativa actividad voluntaria desde el más estricto anonimato, que es como se hacen las cosas realmente notables.

Y sí, claro que son importantes las elecciones que estamos viviendo. Las elecciones nos muestran que vivimos en una democracia, con lo que eso tiene de dignidad del ser humano que puede elegir a sus representantes, pero hoy yo no quiero hablar de ellas. Son muchos los medios de comunicación que lo hacen, los articulistas que analizan hasta los más mínimos gestos de los distintos representantes, y son menos quizás los que se detienen en noticias como ésta, que normalmente pasan desapercibidas y que nos reconcilian con el ser humano porque, entre tanta corrupción, entre tanto escándalo, entre tanto ruido por las cosas que ocurren a nuestro alrededor es bueno encontrar el silencio de la solidaridad, del servicio a los demás sin esperar nada a cambio, del ejemplo continuo de entrega a los demás. De entrega a los demás y de superación personal, en el caso de Ángela, la hija, a la que queremos dedicar este modesto rincón, porque Ángela es una persona con discapacidad intelectual que ha trabajado en la Administración regional y que se dedica activamente con el apoyo de la Asociación para la Integración de Personas con Discapacidad Intelectual (CEOM), que intenta visibilizar a estos ciudadanos con sus potencialidades al mundo de la solidaridad. Y Ángela es una de esas personas con discapacidad.

Y sí, es una discapacitada intelectual usuaria de CEOM, pero Ángela no es una usuaria más. Ella siempre demostró que, si el ser humano quiere, se pueden conseguir logros que parecen imposibles para sus capacidades. Así es que comenzó por ayudar, hace muchos años, en diversas actividades que se han realizado tanto dentro como fuera de la asociación, mostrando una sensibilidad especial al prestar su apoyo, despertando todos sus sentimientos, lo mejor de sí misma, que es mucho, cuando atisba las necesidades de otras personas.

Un espíritu de solidaridad que comenzó a los 19 años al participar como voluntaria en el Tren de la Esperanza con la Hospitalidad Nuestra Señora de Lourdes y que continúa en nuestros días interviniendo en asociaciones solidarias como FADE, una fundación de ayuda para el desarrollo y educación, Manos Unidas y la asociación NERI, para la inmigración.

En estas tres entidades, Ángela es una voluntaria que trasmite una enseñanza diaria a los demás que tienen la oportunidad de conocer la valía, la implicación y el compromiso de una persona con discapacidad intelectual hacia otros colectivos de la sociedad que presentan dificultades.

Verán, yo he querido resaltar el papel de Ángela porque me ha impresionado su capacidad para superar barreras, pero su figura no se puede entender sin la de su madre que, siendo voluntaria también, inculcó en ella siempre el amor por los demás y la superación personal. Es por ello también la justicia de compartir el premio con su hija. Un merecido premio porque sin la presencia de seres como ellas el mundo, seria infinitamente más oscuro y hostil.

Personas como ellas son necesarias, imprescindibles, para construir una sociedad menos fea y menos agresiva.

Creo que tendremos muchas más ocasiones de escribir de elecciones, de enfrentamientos y de ruidos; hoy era necesario buscar el silencio de la solidaridad y de la entrega a los demás porque, en palabras de Séneca, «no hay bien alguno que nos deleite si no lo compartimos».