Si hay una imagen reciente que ejemplifique con nitidez nuestro actual modo de vida, sin duda la de la ciudad de Pekín cubierta a pleno día con una capa de smog que oscurecía el cielo y obligaba a la población a cubrirse el rostro con mascarillas es una de ellas. La industrialización acelerada de ese nuevo gigante asiático y el acceso de amplias capas de su población al consumismo occidental han transformado la imagen del tradicional país de las bicicletas. Situación preocupante, por cuanto China, con más de 1.300 millones de habitantes, alberga la sexta parte de la población mundial. No menos impactantes son las imágenes de una ciudad como Madrid, también con su capa de smog y una arteria urbana, la M30, totalmente colapsada, hasta el punto de que las autoridades municipales han tenido que adoptar medidas drásticas y coyunturales, que, a la vista de que la situación se repite, deberían ser estructurales.

Son sólo unos ejemplos de hasta dónde nos ha llevado nuestro irracional modo de vida, derivado de una globalización „también de las costumbres„ que ha dinamitado las identidades culturales incluso donde éstas han estado secularmente más sedimentadas. A título de ejemplo, en España han arraigado con fuerza fiestas norteamericanas como la Noche de Halloween y el Black Friday, lo cual nos indica el grado de colonización cultural que estamos sufriendo por parte de un país que es el mayor ejemplo de derroche y consumismo y, por ello, el máximo responsable del aumento de la contaminación que sufre el planeta.

El cambio climático es una evidencia que está ahí, para sacudir nuestras adormecidas conciencias. Aunque publicaciones como Expansión, siguiendo la estela del famoso primo de Rajoy, no sólo lo niegan sino que incluso aluden a que un exceso de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera puede beneficiar (¡pásmense!) a las plantas y a los ecosistemas del planeta, en la medida en que los hace más resistentes a la sequía, hoy nadie con un mínimo de sentido común puede poner en duda nuestra contribución colectiva en la emisión de gases de efecto invernadero y, en consecuencia, al aumento de la temperatura media de la Tierra. La máxima responsabilidad en el deterioro de la salud de nuestro planeta azul cabe achacarla a un sistema capitalista derrochador y depredador de recursos desde la Revolución Industrial. Los síntomas de su enfermedad son evidentes: desaparición de especies faunísticas y vegetales; inundaciones, erosión y pérdida de suelos; huracanes, sequías e incendios forestales en aumento; extracción no sostenible de los recursos del subsuelo; deshielo acelerado del casquete polar ártico y del glaciarismo continental; gran peso de la industria armamentística, con su secuela de guerras y más destrucción; hambrunas y permanencia de grandes zonas del planeta sumidas en la más lacerante desigualdad€ No es posible seguir así. En este estado de cosas, tenemos también nuestra cuota de responsabilidad individual, por lo que urge que tomemos conciencia de que hemos de hacer algo para revertir esta gravísima situación. Pequeños gestos, pero que nos introducirían en una nueva dinámica existencial. Podemos „y debemos„ hacer uso del transporte colectivo y, como mínimo, compartir el coche. Hay que suplir esos viajes soñados a larga distancia en avión por otros circuitos turísticos más cercanos (¿han hecho cuentas del impacto de la aviación comercial en las altas capas de la atmósfera, con sus miles de vuelos diarios?). Es preciso que, en línea con las discutidas tesis sobre el decrecimiento, de Serge Latouche, empecemos a valorar la conveniencia de adoptar un modo de vida más austero, que no está reñido con llevar una vida plena y feliz. Porque no es posible que este planeta pueda soportar por más tiempo el derroche consumista en que nos han hecho entrar. Los expertos nos han advertido de que si todos los habitantes de la Tierra quisieran adoptar las pautas y modos de vida de la ciudadanía de EE UU y la UE, harían falta al menos tres planetas como éste para satisfacer sus demandas.

Inmersos en plena campaña electoral, sorprende que, pese a la gravedad de la situación, los temas medioambientales no ocupen „salvo contadas excepciones„ la agenda prioritaria de las formaciones políticas concurrentes a los comicios

Aun así, 150 jefes de Estado y de Gobierno, reunidos en París, tratan de acercar posiciones respecto de la necesidad de tomarse en serio el cambio climático. Soy bastante escéptico con los posibles resultados de esta Cumbre, que finaliza el próximo día 11, porque nada se ha conseguido desde las de Río de Janeiro, Kioto, Copenhague€ (hasta en un total de veinte encuentros anteriores). Ojalá me equivoque y la aparente buena predisposición de los gigantes económicos (China, EE UU, Francia€) sea el síntoma de que las clases dirigentes del mundo, por fin, han percibido la gravedad de una situación gestada a partir de la ambición de una especie humana que se cree propietaria en exclusiva del planeta que nos acoge. Entretanto, la ciudadanía de a pie hemos de hacer lo posible por legar a nuestros descendientes un planeta más habitable.