Todo lo que sabemos de Conchita y Ladislao es de oídas, eso es verdad. Su desahucio, junto al de otras cincuenta familias, lo denunció Nacho Vegas, en su La vida manca, canción perteneciente a su último disco, Resituación (2014). Pero nadie sabe a ciencia cierta adónde fueron después de aquello.

Conchita y Ladislao, parados de cincuenta y muchos. Cocinera y chapista, delicados de salud. Demasiados fármacos y demasiada cerveza de marca blanca, pero honrados, educados, muy amigos de sus amigos, según sus vecinos. Tenían una hija, parece ser, que vivía fuera, nadie recuerda dónde. Se supone que están con ella ahora. Con el yerno, también desempleado, no se llevaban bien. «Es que es un hombre muy religioso, muy sursum corda», comentan en el barrio. «¿Los echáis de menos?», se me ocurre añadir, un poco por añadir algo. «No pasa día que no me acuerde de ellos y me pregunte cómo estarán», me contesta una vecina. «Ajá».

¿Y cómo estarán? ¿Cabrán todos en el sofá del Ikea? ¿Los llevará el yerno a misa los domingos por la mañana? ¿Seguirá Ladislao haciendo sus famosas tortillas gigantes cuando esté de buenas? ¿O ya nunca estará de buenas? ¿Pondrán los partidos del Sporting en el bar de la nueva esquina? ¿Le dolerá a Conchita la espalda al subir la humedad? ¿Cómo encajarán sus vértebras en el colchón prestado?

¿Y las elecciones? ¿Qué campaña ven, cuando encienden la tele, Conchita y Ladislao? ¿Qué piensan de esos señores tan proactivos que les piden el voto? ¿Qué hacen con los folletos de colores que les ponen en las manos? ¿Y con las banderitas? ¿Qué pensarán ellos de esa rojigualda electoral que se supone que tienen que agitar, ahora que lo que más importa de todo es frenar a Artur Mas? ¿La agitarán? ¿O más bien la dejarán en la primera papelera? ¿Y qué decir de la guerra? ¿Qué piensan, Conchita y Ladislao, sobre mandar al Ejército a bombardear Siria? ¿Les habrán llamado, para encuestarlos, de alguna agencia? ¿Habrá sonado el teléfono en esa casa? ¿Lo habrán descolgado, ellos, tan prudentes? ¿O lo habrán dejado sonar pensando que la llamada no era para ellos?

¿Votarán Conchita y Ladislao? ¿Los llevará su yerno, un poco a la fuerza, al salir de misa, el 20D? ¿Les pondrá en la mano los sobres cerrados, con una sonrisa, y palmadas en la espalda? ¿Y a quién? ¿A los que van ganando en las encuestas, con su estandarte azul de recuperación económica? ¿O a los segundos, de rojo desleído, que rezan que esta vez sí van a acordarse ´de la mayoría´? ¿Tal vez al tercer aspirante, con su bandera naranja y su discurso de dar menos pescados y más cañas de pescar? ¿Qué banderita escogerán estas elecciones para envolverse con ella a esperar tiempos mejores?

¿Y nosotros, la gente de izquierda, repartida y a la gresca, agitando no sé cuántas banderas distintas desde el fondo de la tabla, atizándonos con ellas? ¿Qué llevamos nosotros en la marca que sea tan importante, como para olvidarnos de lo fundamental? ¿Con qué colores radiantes, viejos o nuevos, iremos a pegarnos contra los de siempre, en el ring electoral? ¿Qué sonrisa profidén colocaremos junto a la de Mariano, la de Pedro o la de Albert? ¿Qué bonito escudo en qué bandera pondremos en la mano de Conchita y Ladislao? ¿Qué diremos cuando la depositen, un poquito más adelante, en la misma papelera que las otras, y sigan su camino desgraciado, sin volverse ni a mirarnos, en dirección a ningún sitio, una vez más? Seguramente nada. Tal vez algún análisis, de algún sesudo econosociopolitólogo, por supuesto bien abanderado, para desmentir o matizar o emborronar una idea bien sencilla, que todo el mundo comprende y comparte y que cae por su peso: que sin unidad y compromiso no hay nada que hacer. Que no hay atajos, no hay campañas, no hay rostros conocidos, no hay apoyo mediático, no hay juego sucio en el mundo que pueda cambiar eso. Que cuando defender nuestra banderita particular es más importante que defender a Conchita y Ladislao, frente a quienes quieren que el país arranque sin ellos, no hay forma humana de que no se nos note. No hay forma humana de que no se nos perciba igual que a los tres que se reparten ahora mismo el pescao. Porque seremos como ellos. Con nuestra cara de estandarte. Repartiendo banderitas agitables, en período electoral.

El que suscribe, que nadie se llame a engaño, también es candidato. Represento a Unidad Popular por la circunscripción de Murcia, y mi nombre estará en las papeletas de color sepia. Pero, como para muchas otras y muchos otros, no solo en esta candidatura de izquierda sino también en otras, mi compromiso no es con estas siglas particulares, sino con ese anhelo, con esa idea. Llamadla confluencia si queréis, yo a estas alturas no me atrevo ni a ponerle nombre. Pero cara sí. La de ellos, claro, la de Conchita y Ladislao, a quienes prometimos defender, por encima de trapos.