Han pasado muchos años desde que me ilusioné por primera vez en un proyecto colectivo de cambio. Me estrené como votante un 6 de diciembre con las urnas del referéndum constitucional de 1978. Fui protagonista (le ruego que me disculpe la inmodestia, pero así me sentí) de un proceso de transformación que contribuiría a una transición difícil, pero ejemplar, que ayudó a superar viejas confrontaciones históricas entre españoles: centralismo frente a separatismo, capital frente a trabajo, anticlericalismo frente a confesionalismo, monarquía frente a república...

De aquel gran pacto constitucional nació un proyecto común de país que nos hizo más fuertes y desarrolló y consolidó nuestra identidad ciudadana como españoles.

Aquel protagonismo ilusionado que compartimos durante la transición y defendimos con determinación después del 23 de febrero de 1981 contribuyó decisivamente a que conquistáramos y disfrutáramos los derechos civiles, sociales y políticos al tiempo que aumentó significativamente nuestro bienestar colectivo.

Lamentablemente, con el paso del tiempo, algunos de los que deberían haber luchado por promover la igualdad de derechos constitucionales traicionaron los principios de nuestra Carta Magna. Lejos de esforzarse por consolidar, extender y compartir los beneficios de tantos años de desarrollo antepusieron sus intereses a los de la ciudadanía y ampararon y encubrieron a quienes delinquieron desde cargos públicos, creando la sensación de impunidad y abriendo una enorme brecha de desconfianza entre representantes y representados. No ha sido la Constitucion de 1978 la causa de nuestros principales problemas, sino el abandono de su letra y sobre todo de su espíritu lo que ha contribuido a crearlos o a acrecentarlos.

A pesar de todo, después de tanto tiempo de apatía, resignación, frustración, indignación e impotencia me he sorprendido a mí mismo, en vísperas de un nuevo y decisivo proceso electoral, experimentando unas emociones que ya creía relegadas a mi vida privada: la ilusión y la esperanza.

Siento (discúlpeseme, de nuevo, la inmodestia) que mi papel vuelve a ser tan importante como lo fue hace años. Percibo que se me requiere para un nuevo esfuerzo de renovación y transformación colectiva que pueda procurar a mis hijos y nietos un futuro de convivencia y bienestar parecido al que muchos tuvimos la suerte de disfrutar durante décadas. Estoy convencido que, con el esfuerzo de la mayoría, podremos podremos recuperar y restaurar el espíritu de consenso y diálogo que tantos beneficios nos aportó.

No hay que obviar los obstáculos; también entonces había inmovilistas que nos intentaban atemorizar ante perspectivas de cambio; también hubo quienes estaban en contra de la transición consensuada y hablaban de ´ruptura democrática´ con el sistema (¡qué parecido con la ´ruptura con el régimen del 78´ que pregonan algunos ¿verdad?!).

Al final, afortunadamente, la ciudadanía optó mayoritariamente por las reformas sensatas y pacíficas que dieron lugar a nuestro admirado proceso de transición.

«De vez en cuando la vida „decía un cantautor comprometido con los cambios de aquella época„/ nos regala un sueño / tan escurridizo / que hay que andarlo de puntillas / por no romper el hechizo». De vez en cuando la vida nos ofrece la posibilidad de ser actores de momentos cruciales de nuestra historia. Por supuesto, con nuestro decisivo voto, pero no sólo con él; también con nuestra participación activa e ilusionada con un nuevo y urgente proceso colectivo de regeneración y cambio. Una segunda transición se aproxima y usted y yo tenemos la suerte de ser protagonistas de ella.