Es san Agustín quien deja claro para el cristiano la existencia del Purgatorio: ese espacio del Más Allá, semejante al Sheol de los judíos, donde van las almas de los que mueren y han de purificarse en el horno de fuego al que se refieren las prédicas de los frailes que, tras el Concilio de Trento, adquiere carta de naturaleza. Es así que a lo largo del siglo XVI comenzó el fervor por aplicar las súplicas y rezos en beneficio de las almas que sufren tormentos en ese lugar de misterio, aunque temporal, para poder iniciar el vuelo a la Jerusalén gloriosa. Surgen de esta guisa las cofradías de Ánimas que emulan este fervor en el pueblo que lo manifiesta a través de sus exvotos, cantos y otras expresiones, y donde el pintor agudiza su ingenio en la plasmación de su obra para que impacte en el sentir del cristiano.

Aparece con ello toda una iconografía importante que en Murcia tiene su versión de una manera singular en el Santuario de la Santa, de Totana, como en el magnífico retablo del templo de Pliego y en lienzos de nuestros pintores más preclaros, que podemos contemplar atentamente en diversas iglesias.

Las cofradías de las Ánimas Benditas del Purgatorio, que se constituyen en algunos pueblos murcianos en el siglo XVIII, recogen en sus estatutos el fervor del pueblo por estas almas atormentadas que buscan el amparo de la Virgen del Carmen, elevan sus manos hacia ella en la necesidad de ser liberadas de ese brasero que las consume y que solo los rezos de los familiares pueden salvar. Los lienzos que conocemos sobre este tema son tan significativos como de artistas reconocidos, cuyos nombres nos llevarían a un tratamiento más amplio. Nos vamos a referir a la hornacina que recoge esta temática en la hornacina que se encuentra en un lateral de la iglesia de San Bartolomé, templo de tanta querencia por mí, entre otros motivos por el lienzo que mi padre, Saura Pacheco, pintó sobre las Benditas Ánimas del Purgatorio por encargo de la parroquia, en los años sesenta del pasado siglo. Siendo entonces un muchacho, pude observar cómo le dedicaba tiempo el maestro y la unción con que lo hacía, y hasta fui testigo de su inauguración en la hornacina que se puede ver a su paso por la calle, y que en la víspera de Difuntos deja un misterio provocado por la lucecilla que la alumbra.

En el cuadro se representa a las ánimas sufriendo en el horno de fuego, mientras elevan sus manos hacia el rostro de la Virgen del Carmen en su plenitud de cielo, con el Niño Dios y el escapulario. Una hornacina, que he observado, mantiene una devoción acusada en los creyentes que le rezan en la esquina de la calle con sumo recogimiento. Quiero significar a quienes desconocen la autoría de este lienzo, obra de mi padre, que en la actualidad precisa de una restauración en sus desconches y opacidad del color, pues en ello puedo colaborar si se me requiere.

Mi padre lo hizo con el cariño de un hombre creyente, que por vivir cerca de este templo, le dedicó lo mejor de su vida, entre otras cosas un Viacrucis que radica en el interior de la iglesia, y un mural de seis metros para la Capilla del Cristo del Sepulcro sobre la Ascensión de Cristo.

Un hermoso mural que pintó a los 88 años y que, con motivo de reformas en dicha capilla, desapareció por causas desconocidas, de eso ya hace una década. Pero interesa significar la temática del lienzo que se dedica a las Ánimas Benditas, hornacina que forma parte del espíritu de la calle referida y donde se puede leer: «A las Ánimas Benditas no te pese el hacer bien / que sabe Dios si mañana serás ánima también».