Aún con la resaca de las elecciones catalanas, con el futuro del sistema autonómico tal y como lo conocemos más en entredicho que nunca, creo necesario poner en tela de juicio la fórmula federal que el PSOE y otros partidos defienden como válida para aliviar tensiones entre Cataluña y País Vasco y España, o como dice textualmente el ideario socialista: «En el federalismo se ubican las mejores soluciones para reconocer, respetar e integrar las diversas aspiraciones nacionales que conviven en España».

Pues bien, el federalismo puede ser y es tomado en consideración para diversos fines, sean económicos o de reparto eficiente de competencias. No obstante, creo que en lo que a acomodar distintos sentimientos nacionales se refiere, no hay absolutamente nada que me lleve a verlo como opción. Si echamos la vista al país federal por antonomasia, Estados Unidos, encontramos que el sistema federal sirvió más bien para todo lo contrario. De hecho, las fronteras de los estados de dicho país fueron trazadas de manera que se garantizase una mayoría colonizadora, reduciendo el poder de los indígenas y eliminando así la posibilidad de una división en base a criterios etnoculturales.

Otro país federal, pero en el que una la minoría nacional sí constituye una mayoría en su unidad federal, es Canadá, compuesto por diez regiones. Quebec (de mayoría francófona) goza de un considerable grado de autogobierno. Sin embargo, el hecho de tratarse de un sistema federal no ha impedido que sigan existiendo tensiones entre Quebec y el Gobierno federal, hasta el punto de haberse celebrado referéndums de independencia en varias ocasiones.

Tenemos, pues, un sistema federal que ha sido utilizado para mitigar la influencia de minorías étnicas, el de EE UU. Y un sistema federal que ha fracasado en su aspiración de integrar distintos sentimientos nacionales, el de Canadá. Únicamente son dos ejemplos, pero lo cierto es que en el panorama internacional no existe ningún caso de sistema federal que haya sido exitoso cuando se trata de acomodar e integrar aspiraciones nacionales.

Otro punto importante es el hecho de que no existen dos federalismos iguales. Llegado el momento, habría que elegir entre un federalismo simétrico (mismo grado de autogobierno), o asimétrico (Estados con más autogobierno que otros). Ambos sistemas cuentan con importantes inconvenientes. El primero, creo que difícilmente sería aceptado por parte de Cataluña y País Vasco, que siempre aspirarían a un mayor grado de autogobierno que el resto, aspiración que, de ser aceptada, nos llevaría al federalismo asimétrico, del que emanaría una especie de sentimiento de injusticia y de creación de ciudadanos de primera y de segunda. Sentimientos que, seguramente, se acrecentarían a la hora de la toma de decisiones en el Parlamento nacional. Por ejemplo, no sería lógico que los votos de Cataluña y País Vasco decantasen la balanza a un lado u otro en asuntos en los que, por su mayor grado de autonomía, no les influyen, abriendo la puerta (aún mas) a pactos que den apoyo al Gobierno de turno a cambio de mayores privilegios.

Resulta entonces que, además de no ser efectivo acomodando diferentes identidades nacionales, su implantación no es ningún camino de rosas si se quiera hacer algo más allá de cambiarle el nombre, de Estado de las Autonomías a Estado Federal. Desde mi punto de vista, se conseguiría todo lo contrario: nos encontraríamos ante un camino generador de las crispaciones y tensiones que se están tratando de evitar.

En cualquier caso, si el PSOE de verdad cree en este modelo como solución a dicho problema, un buen comienzo sería dejar claro en qué tipo de federalismo está pensando, ya que, como antes he mencionado, no existen dos federalismo iguales.

De la misma manera, no se entienden afirmaciones como las de su secretario general y candidato a presidir el Gobierno, Pedro Sánchez: «El federalismo es la única vía para unir a los pueblos de España». Yo le pregunto: ¿qué clase de federalismo?