Calificar de 'buenismo' el rechazo a una respuesta bélica por parte de los países afectados por la violencia del terrorismo yihadista podría ser un acto de hipocresía, uno más de los que acostumbra el PP. Podría serlo porque el PP, de momento, parece participar de una prudencia extrema que lo lleva a la inacción y casi a la misma opción que predica el 'buenismo'. No es raro este estado de pausa, de desidia, en el PP de Rajoy quien, de no ser porque ya tiene encaminada su vida, podría encarnar una nueva versión del 'hombre sin atributos'. Pero no, resulta que no estamos ante un acto más de hipocresía sino ante un acto de cobardía. En el PP siguen tomando a los ciudadanos por tontos, con razón, visto que según las encuestas, volverá a ser el partido más votado. Sin embargo, a nadie se le escapan los motivos de la estrategia de Rajoy de hacer oídos sordos a las demandas, 'no formales', de ayuda por parte de Francia.

Sabemos la razón y, además, somos conscientes del espanto que debe sentir el presidente no solo ante cualquier toma de decisión sino, en concreto, ante esta nueva oportunidad de tomar la decisión equivocada. Ignoro si tiene pesadillas en las que de nuevo apoya con entusiasmo una guerra en Oriente Medio, pero es seguro que, de no estar en un periodo electoral, el ardor patriótico que corre por las venas del PP ya habría dado la cara y España estaría en primera línea. De modo que lo que nos interesa ahora no es saber qué hace el PP, nada, sino qué hará si gana las elecciones. Podríamos preguntárselo a Rajoy, pero últimamente sus respuestas se limitan al ámbito del deporte futbolero.

Sin duda, por la misma razón de estrategia electoral y de oportunismo político, tampoco el PSOE ha expuesto con claridad su propuesta. La respuesta reiterada de la firma del 'pacto antiyihadista' y el requisito del 'paraguas de la legalidad internacional' es insuficiente porque estamos ante un problema de tal gravedad que hasta se comprende que estén desbordados.

En Siria no hay una guerra sino muchas. Hay la guerra entre sunníes y chiíes, o, lo que es lo mismo, entre Arabia Saudí más los Emiratos e Irán. Hay la guerra de Turquía, apoyada por Estados Unidos, contra los kurdos que, a su vez, hacen la guerra a Daesh. Hay la guerra entre Bashar al-Asad, con el apoyo de Rusia, y las tribus que se le oponen. Hay la guerra entre esas tribus, en Sria y en Irak. Hay la guerra de Daesh contra Occidente, contra los chiíes y contra los musulmanes no radicalizados. Hay una amenaza de guerra entre Turquía y Rusia. Hay la guerra indecisa de Occidente contra o a favor de al-Asad. Y, para terminar, hay la guerra de Occidente que da palos de ciego contra el terrorismo yihadista.

Qué hacer es la cuestión. Intervenir, no intervenir, intervenir cómo, dónde, a favor de quién. En este mar de dudas, en este desconcierto, una cosa parece clara, las bombas no sólo matan terroristas, matan, sobre todo, a sus víctimas, a seres humanos que han tenido la desgracia de caer bajo el dominio de su fanatismo. Otra cosa parece igualmente clara, los yihadistas están en muchos sitios, también aquí. De estas dos premisas podemos extraer la conclusión de que tirar bombas en Siria no es la solución al problema.

No sé si para vencer al terrorismo yihadista, pero sí, al menos, para cortarle las alas, lo imprescindible es intervenir en las vías de financiación y en el suministro de armas. Aunque no sea tarea fácil, no debe resultar imposible actuar contra la financiación, sobre todo, porque se sabe de dónde proviene el dinero que les llega y dónde está. Tal vez no sean los Estados, tal vez no sea directamente Arabia Saudí o los Emiratos, pero mucho capital de ciudadanos de esos países, destinado a financiar el terrorismo, sale, disfrazado de ayuda humanitaria, hacia paraísos fiscales. Se puede actuar también contra otras fuentes de ingresos, como el tráfico de obras de arte y la venta de petróleo. Se sabe quién permite el paso de camiones con petróleo y seguramente también quién compra el petróleo y el arte.

Se puede y se debe actuar contra el terrorismo sin tirar bombas. Claro que la idea de que se pueda prohibir la venta de armamento será, sin duda, despreciada por 'buenista'.