Todos estamos consternados y preocupados por el auge del terrorismo yihadista. Sin embargo, desde una postura ética, contemplo como descentradas las medidas que los Gobiernos europeos, y entre ellos el nuestro, están asumiendo frente a esta amenaza. Parecen enfocadas hacia la confrontación y la venganza, con lo cual se corre el riesgo de generar una espiral de violencia de incalculables consecuencias. Centran la lucha contra el terrorismo en aspectos de seguridad. Más policías, cierre de fronteras y nuevas leyes restrictivas y bombardeos sobre los territorios del Estado Islámico.

Estas medidas y ´pactos´ favorecen el crecimiento de la islamofobia, que es caldo de cultivo para el radicalismo yihadista. Por este camino nos estamos exponiendo a posibles acciones terroristas en un futuro no muy lejano. No es la venganza, ni la guerra, ni el armamentismo, ni la construcción de vallas y concertinas la solución a este conflicto.

Para frenar esta amenaza es necesario abordar con sensatez y con un criterio ético las causas que dieron origen al yihadismo. Todo empezó con la prepotencia de Occidente frente a los países musulmanes, el control de sus yacimientos petrolíferos y, sobre todo, la infeliz invasión a Irak por las fuerzas armadas de Estados Unidos, Inglaterra y España. Miles de iraquíes fueron detenidos en cárceles secretas estadounidenses, donde fueron cruelmente torturados y no pocos desaparecidos.

Los escuadrones de la muerte, organizados por Estados Unidos, arrestaron a miles de suníes, muchos de los cuales aparecían muertos en las calles con el tiro en la cabeza. En poco tiempo Irak se convirtió en un infierno. Cinco millones de suníes huyeron hacia Siria.

Muchos antiguos integrantes del Ejército iraquí desmantelado compartieron prisión con grupos religiosos que iban radicalizándose a medida que aumentaba la violencia y la represión.

Esto dio origen a la formación de diversos grupos armados de resistencia para luchar contra la ocupación. Entre estos grupos aparece la organización yihadista, germen del Estado Islámico.

Después de la guerra invasora, Irak quedó destrozado y desangrado por las acciones terroristas de los vencidos que no cesaban de hacer atentados. Los actos terroristas se fueron multiplicando en multitud de países y últimamente en París. Todos hemos condenado estos atentados y nos solidarizamos con las víctimas, pero ¿quién se conmueve y condena los atentados que a diario ocurren en Siria, Afganistán, Irak, Líbano, Mali, Nigeria€ donde han muerto, y siguen muriendo, millares de hombres, mujeres y niños?

Los atentados de París nos dan la oportunidad para reflexionar sobre la igualdad de las víctimas. Todos los muertos merecen el mismo respeto.

El terrorismo es igual de grave cuando las víctimas son negras, blancas, cristianas o musulmanas. ¿Quién se enteró de

que el mismo día del atentado de París, murieron más de 200 personas en un ataque suicida en Irak?

Son tragedias que permanecen desapercibidas ante la opinión pública de Occidente. ¿Acaso un sirio, un iraquí o un africano no tienen la misma dignidad que un europeo o norteamericano? Los cristianos no podemos menos que rechazar como solución la ley del Talión, ´ojo por ojo y diente por diente´, que Jesús censuró. No es la guerra la solución. Toda respuesta que lleve a la violencia, al fanatismo y al odio, está condenada al fracaso.

Las intervenciones militares no han sido eficaces para nuestra seguridad. Más bien han incrementado el odio hacia Occidente y este odio ha retroalimentado el yihadismo, que se nutre de jóvenes desesperados y fanatizados surgidos de entre los escombros de las guerras.

La situación exige una seria reflexión política por parte de los Gobiernos de Occidente para analizar las causas del conflicto, tomar conciencia de lo que está pasando, rectificar errores y sentar bases que conduzcan a una política de respeto y de diálogo. Urge el desarrollo de la educación para la tolerancia y el respeto a la diversidad cultural y religiosa como camino para la convivencia entre los pueblos.

Se debe poner control a la industria y tráfico de armas que es el gran negocio que está detrás de las guerras. Nuestros Gobiernos han inundado de armas a los países de Oriente Medio, a cambio de suculentos contratos.

Necesitamos, por lo tanto, una nueva estrategia dirigida a eliminar las causas del conflicto y el caldo de cultivo del islamismo radical, estrategia que debe basarse en acciones políticas, culturales y socioeconómicas.

Asimismo, la lucha antiterrorista no puede ser excusa para recortar libertades y derechos. No es legítimo crear un ambiente de miedo e intimidación, que lleve a los ciudadanos a aceptar la anulación de sus libertades civiles y la creación de un estado policial.

Es necesario, desarrollar la integración social, la protección de las comunidades musulmanas y una acción institucional contra la islamofobia, que garantice el respeto a los derechos jurídicos de los ciudadanos de religión islámica.

Urge, asimismo, un cambio ético-espiritual en la conciencia ciudadana frente a los inmigrantes musulmanes que conviven entre nosotros y frente a los refugiados sirios. El Islám es una religión de paz, como lo es el cristianismo o el judaísmo, aunque en la historia haya habido, y sigan habiendo, posturas fundamentalistas y radicales que tergiversan la esencia de la religión. Antes que creyentes somos personas y antes que españoles o europeos somos ciudadanos del mundo.