No a ninguna guerra; y menos a estas del siglo XXI, desproporcionadas; de un lado unos locos alucinados (cuatro, cuarenta, cuatrocientos, cuatro mil, cuatro millones?) y de otro los Estados hipócritas que venden y compran armas y están esperando usarlas para seguir con el negocio y las acciones en alza. No a la guerra, sin excepciones. Y si acaso nuestra conciencia indefensa y frustrada tiene que admitir que el ser humano batalle, que sea a la vieja usanza; con sus trincheras, y sus soldaditos infantes, con sus ejércitos profesionales que han vestido uniforme y cobrado sueldo esperando el momento durante décadas. Esta guerra que está a punto de estallar no es convencional; misiles aterradores de un lado y atentados suicidas a la contra en cualquier ciudad del planeta elegida por unos salvajes en cuadrilla. Y es entonces cuando se derrama la sangre inocente de rubios y morenos, del norte y del sur; niños, mujeres y hombres que nada tienen que ver ni entienden este fragor del odio humano contra el semejante. 'Caínes sempiternos'.

No a la guerra y si hay que recordar la vieja propuesta pacifista, «haz el amor y no la guerra», pónganse pongámonos todos a hacer cierta la sana ambición humana del placer a cambio de la herida. Hay que proponerse la salvación de las vidas, de todas las vidas, y no hacer literatura de la patria que solo trae desesperanza y el deshonor que consiste en encender el fuego de las ametralladoras y arrasar los campos y las cosechas.

Parece mentira lo que le he oído a Albert Rivera, un hombre joven, que demuestra con lo que dice que quiere adelantar a la derecha por la derecha, recolectando por el arcén los macabros votos que quieren matanza, masacre, vulneración del derecho a la vida. No a la guerra, joven político que debiera dejar de serlo de inmediato si su boca y su rostro no parpadea en indicarnos el camino de los carros de combate. No le disculpa ni el hecho de que cuando él vino al mundo el dictador nuestro de nuestro siglo, ya criaba malvas, en teoría.

No a la guerra; una generación entera venimos clamando. No a la de neutrones, no a la OTAN, no a las bacterias derramadas, no a las bombas atómicas aterradoras; sí a la paz indiscriminada; sí a la seguridad del ser humano sobre el planeta. En todo el planeta, verde, amarillo, azul o negro. Volvamos a la estantería a buscar en ella los versos memorables que hablan de la libertad y de la paz; a los poetas y a la poesía que recomiendan, desde siempre, la conciencia y el alma en paz. También el cuerpo. No a la guerra, siempre; sin excusa ni pretexto.