En los primeros años, el padre es un héroe para su hijo. No es difícil, va en el oficio. Es su protector, su maestro, su contador de historias, le abre las puertas del mundo y lo guía a través de sus vicisitudes. Cuando el hijo adquiere consciencia, lo mira como un ser poderoso que conoce los arcanos telúricos y que domina el mundo con su gesto. El padre es el instructor de los valores al conseguirle lo que necesita, al concederle los premios y al negarle lo que no merece o lo que no debe alcanzar. Pero cuando empiece a afirmar su identidad, necesitará salir de debajo de su égida y matar al padre, como hiciera Edipo con Layo. El progenitor será un ancla que no permitirá la derrota de su nave, hasta que llegue el momento en que la vida coloque al hijo frente al espejo, cuando a su vez sea padre. Y entonces conocerá y juzgará.

Trasladar esta visión a los pueblos es un ejercicio literario, una metáfora, pero también pura geometría, una proyección de planos como nos enseña el teorema de Tales, de manera que lo proyectado sea proporcional.

También los pueblos tienen sus héroes. Individuos que soñaron con una patria y que dieron lo mejor de sus vidas por ella, incluso algunos las entregaron. Visionarios, aguerridos luchadores, civiles que oyeron la llamada de la conciencia colectiva, también militares, por qué no, que tomaron las armas cuando la prudencia lo exigía.

La metáfora salió de la pluma del genio de las letras hispanas cuando nos muestra las ruinas de su casa familiar y se oye la voz de Quevedo declamar:

Miré los muros de la patria mía,

si un tiempo fuertes,

/ hoy desmoronados

de la carrera de la edad cansados

por quien caduca ya su valentía.

Poco antes de que Fernando VII dejara perder los reinos que le fueron entregados, brotaron los héroes de las naciones hermanas de Hipanoamérica que amputaron miembros vitales de una patria cansada y decrépita. Simón Bolívar, criollo de buena cuna. José de San Martín, formado militar en Murcia, como recuerda una escondida placa de nuestra ciudad, héroe de la la Independencia contra los franceses, lo fue también para el cono Sur de América.

Pero los hijos crecieron y sintieron la necesidad de afirmar su identidad. La envidia fratricida mató a Emiliano Zapata de una balacera que nos recordó Marlon Brando en Viva Zapata. Simón Bolivar murió soñando con los Estados Unidos del Sur, sin saber que los del Norte preferían un patio revuelto y dividido. San Martín falleció en el exilio, después de intentar coronar a un rey en la cintura cósmica del Sur.

¿Quiénes son los héroes que se alzan en esta inventada e impostada nación catalana? Acaso un Jordi Pujol, maestro Yoda en la artes del reverso tenebroso de la fuerza. Tal vez Romeva, que no tiene nada más brillante que su monda cabeza. El siniestro Junqueras, que prefiere ser francés y olvida que la Diada fue por no querer un rey galo y que Francia es el estado más centralista de Europa. Carme Forcadell, que sabe de parlamentarismo lo mismo que Maduro de democracia. Y seguro que el propio Mas, bufón de sí mismo, maestro del cinismo y el victimismo a partes iguales. Su gran argumento es que Rajoy no les comprende. Tampoco a los demás y aquí estamos. Pero los tiempos llaman a la inventiva. Nacen palabras, se inventan conceptos como el ´proceso de desconexión´, al modo de los modernos pedagogos, que piensan que llamando de distinta forma a las cosas que ya tienen nombre creen inventar nuevas ramas del saber con tan sólo renombrarlas.

Pues bien, imaginemos una Cataluña independiente dentro de cincuenta años. ¿Quién recordará a estos héroes de humo? ¿Qué méritos tendrán más allá de la vanguardia de una manifestación de pancarta y pandereta? Tal vez cuenten en su teatro la historia de haber peleado en unas barricadas, cuando todos sabemos que no era más que una trinchera ideológica. El flacucho Romeva será el gigante Ajax, Junqueras el Ulises de los mil ardides, Mas será el Héctor de tremolante casco, ¡oh, perdón!, sólo es su peinado a lo Hermida. La Forcadell será la arrebatadora Elena de Troya o tal vez la resignada Andrómaca, quizás la desafortunada Créusa. Pujol será Paris, el raptor de la mujer del prójimo Menelao.

Sí, así se escribirá la historia, como Orwell contaba que hacía el Gran Hermano de su 1984, tan parecido a Stalin. Por cierto, que el antagonista de éste, Adolf Hitler, también creía en el hecho diferencial, como los nacionalistas catalanes. Será por aquello de que Wilfredo el Velloso era hispanogodo, tal vez de raza aria. Pero como el autor de Rebelión en la Granja -otro interesante paralelismo con el gallinero catalán-, ese será su moderno Homenaje a Cataluña, el de unos nuevos carlistas.