Es sabido que el gusto es el sentido con el que se percibe el sabor que tienen las cosas, y también se llama gusto al propio sabor, sin entrar a valorar si es bueno o malo; y solo los calificativos que le pongamos nos dirán si es amargo o dulzón, por poner un ejemplo.

Así que cualquiera que oiga este dicho pensará que se trata de una expresión redundante, por innecesaria. Pero hete aquí que muchos habladores murcianos rompen la neutralidad del vocablo, atribuyéndole un significado peyorativo cuando se refiere a los alimentos: se trata de mal sabor, de un paladar impropio, alejado del que habitualmente suelen tener.

Si decimos que el agua tiene gusto, estamos pensando que esta, lejos de ser insípida, tiene mal gusto, por estar corrompida o contaminada con otras sustancias; y el aceite con gusto es el rancio o con demasiados posos. Y puestos así, podemos decir que aquel guiso de lentejas echaba gusto o que la carne que compramos ayer tenía gusto porque estaban estropeados o corrompidos.

Por eso, nuestro ´echar gusto´ no es cuestión solo de gusto, sino de mal gusto.