Sería una ingenuidad pensar que una multinacional concebida para amasar dinero puede ser fiable. Pero el culto a la excelencia podía inducir a creer que algunas marcas de prestigio seguían cuidando sus productos con el mimo de un artesano. Al mismo tiempo que se imponía el low cost en el consumo, se ha acrecentado el respeto a las firmas que se suponían orgullosas de su nombre y de su historia.

Por eso nada será igual después del fraude de Volkswagen. Algo debe estar pasando en las altas esferas cuando ni siquiera se puede esperar la vergüenza torera de una compañía considerada entre los baluartes de la fiabilidad. Vemos que las riendas de una empresa cuyo principal valor era su marca han caído en manos de élite tan estúpida y engreída que ni siquiera supo calibrar los riesgos de sus fechorías.

Lo inevitable ahora es preguntarse qué persiguen con su engaño, cuando ya tienen poder y dinero; y lo que es peor, saber si es una epidemia o una cultura dominante.