Hay vocablos de rancia tradición, muchos de ellos arcaísmos de raigambre grecolatina o usuales en la literatura del Siglo de Oro, que hoy ni siquiera aparecen en los diccionarios, despreciados como vulgarismos impropios del lenguaje cuidado: endenantes, hogaño, truje, vido€ Sin embargo, otros de creación reciente, fruto de modas o circunstancias de una época, curiosamente viven cómodamente en el diccionario, aunque casi nadie los conoce ni los usa. Y no me digan que no es el caso de haiga, vulgarismo declarado con el que humorísticamente, y no sin cierto resabio de envidia, se comenzó a designar en los años cuarenta y cincuenta del siglo pretérito al automóvil americano muy grande y ostentoso, solo al alcance de señoritos de postín, estraperlistas e indianos ricos, de los que malignamente se propalaba que en su afán de ostentación quisieron comprarse «el coche más grande que haiga». Y era propio entre niños y mayores de aquel entonces dirimir si cierto automóvil lujoso alcanzaba la categoría de haiga. Hoy el haiga solo existe en el diccionario, y los coches ostentosos, que tal vez los ´haiga´, ya no se llaman así.