Si eres tú, amable lectora, de esas personas que salieron ilusionadas de las pasadas municipales, e imaginaron que los ayuntamientos del cambio anunciaban una victoria confluyente y transformadora en las generales de diciembre, bueno, pues lo primero un abrazo, compa, y a continuación unas palabras:

Tú y yo sabemos que son malos tiempos para la lírica (pero buenos, y perdóname el chiste fácil, para los golpes bajos). Los lenguajes y las estructuras unitarias, los objetivos en común y la simple buena voluntad entre las organizaciones que componen las izquierdas han sido barridos bajo una alfombra que embarran ahora las botas de las juntas militares que controlan los partidos. Quedan exactamente cuarenta días hasta las elecciones y el único criterio es elevar la moral de la tropa, sacar las armas secretas y colocar propaganda a piñón en todos los medios: el enemigo huye en desbandada, Manhattan ya se ha rendido y avanzamos en dirección a Berlín.

El problema para las izquierdas es que no es posible ganar ninguna batalla en las generales si se libra al mismo tiempo una guerra civil. Del último CIS se desprende que nuestra artillería no apunta en la dirección correcta, y que tal vez nuestros coroneles no tenían razón al convencernos de que era una buena idea embarcarnos en la guerra total.

Tal vez el momento no sea el más adecuado, entre los cánticos bélicos y las juras de bandera. Tal vez sería mejor esperar a Navidad para entonar un os lo dije del tamaño del Océano Índico. Pero tú y yo no somos de cadenas de mando. Estemos donde estemos (y, ¡glups!, el menda está en una candidatura, de Unidad Popular por la circunscripción de Murcia), siempre hace bueno para callar a un sargento. Para darle un ¡CIS! en toda la boca. Para decirle: acho, make love, not war.