Ha sido reclamar Sonia Castedo el archivo de la causa a Marisol Moreno y abrir la Audiencia Nacional juicio oral contra ella por insultos -«Borbones asesinos»; «familia de vagos, estafadores y borrachos»- a la Corona. Tanto es así que a la edil de Juventud y Protección Animal ni siquiera le ha dado tiempo a darle las gracias a la exalcaldesa de Alicante. Debería. Al fin y al cabo, una ha cogido el relevo de la otra y el procesamiento de aquélla amenaza con encumbrar de nuevo el nombre de Alicante al top los espacios de cháchara mientras se hace repaso en los platós -aunque en un terreno distinto al del conchabeo urbanístico- a las lindezas que han salido en las redes de esa boquita.

Qué bajo ha caído para algunos el concepto de libertad de expresión cuando se amparan en ella para manosear su espíritu de manera procaz y qué alta mantienen la estima en sí mismos. De cualquier modo hay un aspecto en todo este embrollo que me crea incluso mayor desazón. El que, para librarse de la que le ha caído encima, pida ahora perdón por algunos de los deseos tan fuertes y bestias expuestos en su momento que, por serlo, es de suponer que serían producto de las convicciones arraigadas que la llevaron a militar donde milita con todo el derecho del mundo.

«Si llego a saber que iba a pasar esto, no habría publicado estas gilipolleces; en su momento no lo pensé», ha llegado a expresar la concejal encartada. Muchos de los que militaron en formaciones de ese espectro ideológico renunciaron, como sabemos, a vivir en la libertad de una paz impuesta y prefirieron pudrirse años y años en la cárcel con tal de mantenerse fieles unas ideas y colaborar con su postura a abrir las mentes y ensanchar caminos. Gran parte de ellos ya murieron y descansan como se merecen. Sobre todo porque así han podido librarse de ciertos espectáculos.