El otro día, volví a realizar un recorrido literario por las leyendas de Molina con alumnos de 11 años. Cuando llevábamos una hora pateando calles y plazas y narrando viejas historias, una niña se acercó a su señorita y le dijo que no podía aguantar por más tiempo las ganas de hacer pis. Antes de tomar una decisión, la maestra preguntó si alguien más tenía necesidad de ir al aseo. Entonces, más de treinta niños levantaron raudos la mano, mientras juntaban con fuerza sus muslos y se retorcían precisados. ¡Yo, yo, yo! No nos pareció adecuado entrar a un bar y que treinta niños formaran una cola ante la puerta de WC, así que otra profe corrió a pedir auxilio a la Oficina de Turismo. En un minuto, se presentó una funcionaria municipal con las llaves del Museo de Horno del Concejo que estaba situado cerca de donde nos encontrábamos y, de forma lenta pero ordenada, se fue aliviando el problema. La próxima vez, le pediré a los maestros que los niños vengan ya meados del colegio.