En el catálogo de logros y haberes del ser humano, entre tanto y tanto hecho malhadado, entre tanta miseria, tanta injusticia y tanta porquería como alberga nuestra historia, unos cuantos Hechos, así en mayúsculas, sobresalen como exponente de que al cabo ser de nuestra especie merece la pena.

Estos Hechos son de muy diverso pelaje. Los hay políticos, por ejemplo con momentos de históricos avances contra las dictaduras. Los hay literarios, relean Pedro Páramo de Juan Rulfo y estén de acuerdo conmigo. Los hay filosóficos, como cuando a nuestra pretérita gente le dio por pensar más allá de los sucesos cotidianos. Los hay que están basados en el heroísmo personal o de grupo, en la generosidad o en el amor hacia los otros.

Pero quizás de entre estos y otros tipos de gloriosos Hechos que nos reconcilian con nuestra especie merece la pena destacar uno. Aunque realmente no es uno, sino un conjunto de muchos unos. Me refiero al Hecho científico. Estoy hablando de ese increíble proceso con el que la innata curiosidad humana, que probablemente tenga razones darwinianas dirigidas a garantizar la supervivencia de la especie a través de avances en la forma de resolver los problemas que para nuestras vidas nos presenta el entorno, provoca que nos adentremos en el estudio de porqué las cosas son como son. Ni más ni menos. Me refiero, entonces, al conjunto, no de personas, sino más allá de las personas al conjunto de sistemas de personas e incluso de sistemas de sistemas que generan conocimiento a través de la experimentación, certezas a partir de las hipótesis, resultados correctos tras innumerables ensayos y errores.

¿Se han parado a pensar en qué ha sucedido en el trascurso de la historia humana para que ahora sepamos que dentro de la célula hay un núcleo, dentro de un núcleo hay un ADN, dentro del ADN unas moléculas, dentro de las moléculas unos átomos y dentro de un átomo electrones, protones y no sé cuántos demonios de tipos de partículas que, a estas alturas, ya no son ni elementales ni nada, sino una pléyade de microindividuos que vibran, saltan cuánticamente y a saber cuántas más payasadas son capaces de hacer?

Creo que es glorioso. La escala de nuestra capacidad para generar conocimiento es sólo comparable con la escala de nuestra humilde comprensión de qué la realidad es tan compleja que del todo nunca podrá llegar a ser comprendida. Por eso quedará siempre la opción para un nuevo descubrimiento, para un renovado Eureka que salte hacia el aire desde un tubo de ensayo, un circuito informático o una modesta pizarra.

Y todo esto, que ya sé que me estoy pasando, viene a cuento de que un año más celebramos en Murcia la Semana de la Ciencia, quizás uno de los más benditos clásicos de entre los eventos anuales que pueblan la Región de Murcia. Dirigida al gran público, esta Semana de la Ciencia es una fiesta familiar del conocimiento, un evento divertido con bases pero que muy serias, un momento divulgativo excelentemente ideado. Allí nos vemos.