Que levante la mano todo el que no esté cómodo en España. No sólo en España, sino en Espanya o Espainia, esta sucursal o colonia del nacionalismo en que se ha ido transformando España a lo largo de los últimos 35 años. Proclamemos nuestra independencia y desacato todos aquellos a los que no nos guste algo de nuestra nación, esta cosa entre descascarillada e hipermoderna, según te pasees por el Gughenheim de Bilbao o por la vía del tren entre Alcantarilla y Murcia. Todo aquel al que no le guste pagar impuestos para sufragar el independentismo catalán; los que no quieran ni oír hablar más de las cuevas de ladrones que anidaron en los diecisiete feudos; los que estén hartos de una enseñanza de risa; los que quieran seguir yendo a los toros, comer tocinico y algún lomico de cordero que el Señor nos regale para las fiestas; los que ya no soporten que vascos y navarros, incluido en señor Urralburu, que de esto no dice ni podemos ni ´ná´, tengan una financiación que casi triplica la nuestra y encima debamos estar agradecidos de que no se quieran ir también. Que enseguida querrán.

En fin, que levante la mano el español, si hay alguno, que no esté hasta las pelotas, con perdón, de este país insufrible de tontos y borregos, dispuestos, y hasta promotores de la indignidad de vivir en desigualdad, en asimetría, en estado de sumisión a una partida de chulos, mafiosos y xenófobos que son el cáncer de España desde siempre. Aquí hay que hacer leyes para comodidad de los que quieren imponer su voluntad a la mayoría, aunque sea jodiendo todo lo que se pueda a esa mayoría. Y a esto, a este engendro pervertido, es a lo que llaman en la izquierda española la democracia, y que es exactamente lo que no pretenden arreglar, sino perfeccionar: que haya distintas clases de españoles por nacimiento, por raza, por lengua. El racismo premoderno, institucionalizado en una reforma que entregue para siempre el poder a los pujoles de cada condado.

Esperemos que al menos cumplan. Es decir, que a todos los que no nos encontremos cómodos con nuestras leyes se nos financie su burla, se reforme la Constitución a nuestro capricho y se nos conceda un estatus de singularidad que nos permita vivir bajo un sistema legal propio y diferente del de nuestros vecinos. La nostalgia medieval de la izquierda reaccionaria.