Reescribir la Historia es algo, más que natural, inevitable. El discurso histórico es un producto verbal, una construcción retórica que, cada vez que se somete a una reelaboración, se modifica, de manera que los mismos hechos contados por diferentes analistas se presentarán distintos. Ignorar la Historia es ya otra cosa. Soslayar determinados episodios para montar una tesis política es, sencillamente, mezquino.

Algún tipo de perversión que no acabo de explicar me hace frecuentar determinadas publicaciones de divulgación histórica catalanas, y he comprobado que tanto en ellas como en los estudios más amplios de orientación separatista que el año pasado brotaron como setas para conmemorar el final del Sitio de Barcelona y de la Guerra de Secesión en 1714, cunde un inexplicable fervor nostálgico por la derrotada dinastía de los Habsburgo. No me cuadra porque soy incapaz de encontrar justificaciones históricas, y sobre eso me dispongo a disertar brevemente.

Para el imaginario nacionalista catalán, el principado era uno más de los estados virtualmente independientes y soberanos confederados en torno a la Corona, gracias a la concepción foralista y federal que a los Habsburgo se les atribuye. De ahí, dicen, que los catalanes se alineasen junto al pretendiente Carlos de Austria, que se disputaba con Felipe de Anjou el trono ocupado hasta 1700 por Carlos II el Hechizado. El centralismo borbónico, salvaje y opresor, queda contrapuesto a la armónica convivencia de los pueblos y naciones auspiciada por el federalismo austriaco. Y ahí es donde empieza el escamoteo de la Historia. Olvida la historiografía nacionalista que desde Felipe II, los Habsburgo españoles no hicieron otra cosa que combatir movimientos centrífugos en el seno de su imperio. Los Países Bajos protestantes fueron los primeros en rebelarse. Las revueltas portuguesas, al igual que las holandesas, desembocaron en la desvinculación de estos territorios con la Corona. Felipe IV tuvo que ver cómo incluso los duques de Medina Sidonia en Andalucía y de Híjar en Aragón fomentaban la secesión, mientras que en Sicilia y en Nápoles los sublevados tuvieron tal éxito que en 1647 llegó a proclamarse una efímera República Napolitana. Y Cataluña también, por supuesto. Porque pese a esa imagen idealizada y nostálgica de la monarquía de los Habsburgo que gravita en el inconsciente colectivo separatista, en 1640 la Generalidad proclamó también la república y al año siguiente, ofreció la soberanía al rey Luis XIII de Francia, que durante un par de años fue el conde Luis I de Barcelona€

No puede decirse, por tanto, que los pueblos de la Monarquía Hispánica gozasen durante los dos siglos de la Casa de Habsburgo de un cómodo encaje en el conjunto de la misma. Y resulta, por tanto, insostenible el mito de los Austrias como garantes de las libertades de sus pueblos frente a la tabula rasa de los Borbones. Y no sólo en España, porque si vemos cómo le fue a la otra rama de los Habsburgo, la austriaca, que hasta 1918 fue reina y señora de Europa central, nos encontraremos con lo mismo: incontables revueltas e intentos de secesión por parte de húngaros, checos, polacos, croatas, italianos o rumanos, que parece que no supieron disfrutar de las bondades de ese beatífico federalismo que pasa por ser la principal seña de identidad de la dinastía, según la historiografía nacionalista. De la actitud personal del añorado archiduque Carlos de Austria, que en 1711 huyó como una rata de Barcelona para ceñirse en Viena la Corona Imperial, y que en 1714 se desentendió formalmente de sus fidelísimos catalanes mediante el Tratado de Rastatt, mejor ni hablemos.

Pasó lo que pasó, aunque a algunos la omisión de determinados pasajes incómodos de la Historia les ha resultado bastante útil y, gracias a un eficaz adoctrinamiento en las aulas durante los veintitrés años de pujolismo, las lagunas selectivas se han convertido en olvidos definitivos. Porque el nacionalismo catalán se ha tomado muy en serio lo de que cualquier tiempo pasado fue mejor: si no fue realmente mejor, esquivan lo que les resulta molesto, y todos tan felices.