Hemos vivido durante años acomplejados como país ante la presunta fortaleza y superioridad de vecinos norteños. Hoy, una vez más, podemos sacar pecho y mirarlos de frente, pues hoy son ellos quienes han de bajar la mirada para no percibir los reproches merecidos. Y es que la fortaleza de una nación no reside en su PIB, por mucho que así nos lo hayan querido enseñar. Ser grande es una cuestión de actitud y de ética más que de billetera.

¿Se acuerdan ustedes de la demonización que sufrieron durante décadas los homosexuales de todo el mundo (hombres, principalmente) cuando se descubrió y propagó como voraz fuego el virus del sida? Se preguntarán ustedes que a qué viene esto ahora, si entre nosotros, salvo algún infeliz despistado, el tema está más que superado. Viene a que nuestros vecinos franceses han decidido que los homosexuales van a poder por fin donar sangre. Sí señora, yo también me hice la misma pregunta al conocer la feliz noticia: ¿Y hasta hora en Francia importaba por dónde y con quién para poder ayudar con la sangre de uno a que otro no muera? Pues sí. Entre eso y sus carnés de identidad tamaño cuartilla, ya es imposible mantener el mito de que Francia es la cuna del buen gusto.

En cualquier caso, me muero de curiosidad por saber cómo detectan a los homosexuales en el país vecino. ¿Los marcan, como a la salida de la discoteca? Me invade otra duda conforme le doy vueltas al asunto: ¿Será verdad que en Francia sólo los homosexuales mantienen prácticas sexuales de riesgo, mientras los hetero siguen usando aquella casta sábana con un agujero a la altura de la entrepierna? Mira que lo de la sábana tiene su puntito.

Aunque es una gran noticia, a la vez que absurda por todo lo que arrastra, tampoco es como para ponerse a bailar La Marsellesa, ya que el levantamiento del castigo por tendencia sexual inapropiada no es total, más bien muy pero que muy parcial: sólo podrán salvar vidas aquellos que certifiquen por la prueba del pañuelo que no han mantenido relaciones sexuales en un año. Bonjour, me llamo Pierre, me gusta el ´encoulé´ pero llevo doce meses sin oler espalda de macho. Muy digno, ¿verdad? No me extraña que los hospitales franceses anden escasos de plaquetas rojas.

Esto es algo inimaginable en nuestro país, donde las cuestiones de alcoba sólo importan si te apellidas Pantoja o Del Monte. Lo sé, lo sé, al lector sólo le interesa que yo conteste a la gran pregunta: ¿cómo se le hace la prueba del pañuelo a un homosexual para probar su virginidad por usucapión? Fácil: si no moja desde hace tanto tiempo, fijo que lleva un clínex empapado cosido al lacrimal. Yo seguro que me lo implantaría si me viera en una igual.