«Ay don Pablo, vamos de mal en peor!», le dijo Arias, el barbero y amigo de Picasso cuando el artista le enseñó una de sus últimas obras. ¡Ay, don Pablo, digo yo, qué juerga se trajo usted, maestro, con la humanidad entera! ¡Qué grandeza la suya! Reflexiones que me hice ayer mismo delante del cuadro que ha quedado expuesto en la segunda planta del MUBAM para „en teoría„ deleite de la tropa aficionada al arte, a la sorpresa, al misterio y la magia, a esas circunstancias inexplicables que valoran la obra insigne, del pintor inalcanzable, irreprochable en su conjunto.

No quiera entenderse, por Dios, que pongo en duda la maravilla de las maravillas del creador más grande que ha dado el siglo XX, ni sus influencias en el mundo moderno considerado en toda su amplitud. Nada de eso, ni parecido. No creo ser ese sospechoso que dice «eso lo hace mi hijo».

El envío de un cuadro suyo a la Comunidad Autónoma de Murcia, a nuestro Museo Provincial o Regional, que no se sabe bien mirándolo de cerca qué es exactamente, viene a confirmar la importancia del genio. Basta un divertimento del artista, un pobre rato sin demasiado acierto sobre el soporte blanco de una tela, para que nos demos de bruces y hagamos la ola frente al cubismo mal representado. Estoy delante de esta tauromaquia y si tuviéramos que juzgarle por esta pieza, el maestro no saldría indemne de la consideración de mediocridad que representa. ¡Coño! ¿No había otro cuadro a la mano para traerse? No lo tienen fácil los educadores, los profesores de los colegios o institutos, para explicarles a los chicos la obra que quizá sea la primera del artista, que tienen la ocasión de mirar sus ojos niños. Evidentemente existe la solución que sugiero en la visita del alumnado: «Chicos, una mala tarde la tiene cualquiera».

Delante de la ´tauromaquia´ de Picasso me he sentido pobre; de provincias, ciudadano menor; tratado por quién haya sido „que lo ignoro„ con cierto desprecio a nuestra sensibilidad y conocimiento; primero del arte y después de lo que significa Picasso. Eso no se hace; no hay derecho a desfigurar de esta forma pública pintor tan inmenso, tan formidable, ante la concurrencia que quiere tener cerca lo inmarcesible del genio universal. Cuando Moctezuma vio al español quitarse la armadura „al que creía un Dios„ para hacer sus necesidades, y comprendió la humanidad ineludible de los conquistadores y sus debilidades, entendió las flaquezas universales del hombre. Aquí, con el cuadro de Picasso, hemos hecho lo mismo, le hemos quitado la armadura al artista más grande que ha dado el gran siglo. ¡Que Dios nos perdone!