Lo de dentro de un par de meses „las elecciones, por si alguien no se había enterado„ es la instancia formal que teóricamente culmina nuestro modo de actuar democrático. Y aunque a muchos les resulte ya rutinario, los que tengan algo más de edad recordarán que no pudieron instalarse cómodamente en esa rutina hasta momentos muy tardíos de sus vidas. Lo impedía una triste dictadura.

Por eso votar, pese a lo que pese, no es un ritual baladí e insulso, sino una conquista y hasta un honor. Sin embargo acudir a depositar el voto, si bien es un indispensable acto democrático, no creo que sea el único acto o incluso el más sublime de los actos de la democracia. Ya quisieran algunos políticos que fuéramos cada cuatro años a las urnas y luego nos olvidáramos.

Donde debe empezar la verdadera democracia es justo en el momento en que se cierran las urnas y se anuncian los recuentos. Parece un tópico, ya lo sé; pero los tópicos no son en el fondo más que verdades muy repetidas, y ésta la es.

Donde de verdad se construye la participación ciudadana, esa que le otorga esencia a la democracia, es en el día a día, en la formación de la gente, en la información y la opinión pública sobre los temas que nos atañen, en los modos de participación formal en la toma de decisión que políticos y administraciones ejerce por delegación nuestra.

Y para ahondar la democracia „nos cueste lo que nos cueste a los ciudadanos, a veces un tanto vagos y acomodaticios„ se precisa extender los modos democráticos a muchas más esferas. Y hacerlo activamente, sin miedos y sin reservas. Por ejemplo, en cualquier ámbito en el que las decisiones administrativas condicionan el futuro. ¿Basta con publicar en el correspondiente boletín que tal documento está tales días a exposición pública en un despacho en el que el ciudadano podrá consultar un tocho de quinientos incomprensibles folios? No lo creo. ¿Han probado alguna vez a intentar comprender los Presupuestos Generales del Estado o de la Región?

Creo que hay que explicar las cosas, exponerlas sin propaganda, desmenuzarlas y hacerlas accesibles, presentándolas con transparencia para que el escrutinio y el debate, por más descarnado que sea, arroje la luz de lo que en verdad conviene a la gente.

Y para ello institucionalmente queda mucho camino por recorrer. Me atrevo modestamente a proponer alguno de los trechos. Por ejemplo, que los Consejos Asesores, de los muchos que hay para que las organizaciones y agentes sociales asistan a la Administración en sus cometidos, sean verdaderos lugares de trabajo. Que recuperemos la figura del Defensor del Pueblo, que funcionen los comités audiovisuales y se estudie algún organismo o consejo a modo de tribunal regional de cuentas. Que se reformen las leyes regionales que corresponda para que la información pública de los actos administrativos más relevantes se inserte como anuncio en los periódicos. O que los principales asuntos y leyes de la Región se asuman por algún tipo de proceso en el que cupieran las consultas públicas.

En fin, todo lo que hiciera falta para conseguir que nuestra democracia resuelva su permanente déficit de ciudadanía.