No soy guía turística, pero tengo que confesar que mi corazón sonríe por dentro cuando al atravesar la plaza del Ayuntamiento de Cartagena, algún turista despistado -de esos que van con el plano en la mano- me para y pregunta: «Por favor, el Teatro Romano». A veces incluso lo balbucean en inglés y, pese a mis limitaciones, consigo indicarles el camino y explicarles dónde deben dirigirse si sólo quieren ver el yacimiento o si desean ver el Museo Romano y acabar en la parte alta del graderio de Augusto. Otros me preguntan dónde pueden tapear o degustar un buen caldero porque deseos hay para todos los gustos. Dice el refrán, pese a que me duele reconocerlo: «Compra un cartagenero por lo que vale y véndelo por lo que aparenta». En muchos casos -no siempre- la triste realidad es que esta máxima se cumple, aunque en el caso del patrimonio de esta trimilenaria ciudad que tenemos en la Región, faltaría a la verdad si dijera que los cartageneros nos sentimos orgullosos cuando nos preguntan dónde está tal yacimiento o dónde puedo encontrar tal cosa. Sí es cierto, es que si queremos somos los mejores embajadores de nuestra tierra.