Me doy cuenta de que siempre acabamos regresando a la teta. No es la primera vez que me ocurre. La otra mañana, tras decirle la cuenta de su compra a una señora, metió la mano en su sujetador y sacó un pañuelo, donde guardaba el dinero. Ante mi sonrisa por su gesto, me dijo: «Aquí, en el seno, es donde mejor se esconden los ahorros: a buen recaudo de banqueros y políticos». Lo dicho: siempre nos quedará la teta.