Lo malo de cumplir años, especialmente a partir de ciertas edades, es que uno empieza a prestar atención a ciertos detalles, como la noble tarea marujil de hacer la compra. Detalles como el trato que dispensan los tenderos. Recuerdo cómo cuando era pequeño y acompañaba a mi madre, las tenderas de aquellos tiempos despachaban sonriendo y preguntándote por una cosa u otra. Y te ayudaban a meter los víveres en las bolsas. Ahora te ves en colas estresantes, soportando el pitido infernal del paso de cada producto por la máquina registradora, frente a la cual están personas que pasan los objetos sin mediar ayuda ni palabra, excepto la de la cantidad a cobrar. Menos mal que aún quedan supervivientes, como Pepe Gálvez en La Alberca, que, aunque sea unos céntimos más caro, merece la pena ir a comprar allí, porque te saludan, nunca tienen malas caras y siempre te ayudan. Ojalá hubiera más Pepes Gálvez en todo. En fin, cosas de la edad.