Fui a Marte, de Ridley Scott, con un Matt Damon insulso, de acampada cutre en nuestro planeta rojo, a 22,3 millones de kilómetros de España, aunque da la sensación, por el ruido y eso, de que suceden los acontecimientos tras la pantalla en los almacenes de Carrefour, de la calle de al lado. Como temía, Marte es una americanada tosca y predecible, sin humor ni emoción, quizá escrita democráticamente por los guionistas de Cabo Cañaveral, con algunas escenas buenas, ya exploradas en Gravity, Interestelar, etc. Hasta el prota, que ríe sus desventuras, queda desdibujado, no digamos el resto de figurantes, sin peso alguno, ingravidez aparte. Salvo un huracán en la escena inicial, el único antagonista de la película era yo, que deseaba con toda mi alma el fracaso de la misión. Para subir al cielo se necesita una escalera larga, una escalera larga y otra cosita.