Abundan los vocablos que indican violencia física porque al personal le encanta, si no practicarla, al menos describirla a lo vivo, como recreándose en el castigo. Pero el uso prefiere caprichosamente unos u otros, olvidando por ejemplo zamarrear, aunque su fonética áspera y su significado inicial proponen una agresividad exagerada. Partiendo de las sacudidas que el animal de presa aplica a sus víctimas para, asidas de los dientes, destrozarlas, se sugiere todo un catálogo de zarandeos y golpes con que se castigaba a alguien de manera inapelable («Mi Josefa no deja de zamarrear al zagal»; zamarreo que podía ser también imaginario, mediante el acoso continuado con reproches, demandas o mandatos con que traíamos a mal traer a otro: «Joer, no me zamarrees más con lo del dinero, que cansa»). Y el efecto natural del zamarreo es el zamarrazo, el golpe o la sacudida violenta: "Su madre le dio al Perico una pasá zamarrazos». Finalmente, zamarrazo es además un chubasco corto e intenso „«Cayó un zamarrazo de granizo que lo estrozó to»„. Hoy, afortunadamente, palabra tan cruel apenas se usa, aunque muchos siguen zamarreando y otros recibiendo los zamarrazos.