No sé qué les ha dado ahora a los partidos políticos con lo de cambiar sus logotipos. El PP metió sus siglas en un círculo pseudopodemita y ahora UPyD rediseña el suyo, que queda a medio camino entre el logo de una clínica de fertilidad y el de los antiguos hipermercados PRYCA (Precio y Calidad), donde las cajeras en patines nos transportaban del comercio de ultramarinos a los nuevos modelos de consumo. Cuestiones estéticas al margen, entiendo que el nuevo logo pretende identificar una nueva etapa de la formación magenta, en la que Andrés Herzog debe ejercer su nuevo liderazgo. No debe ser tarea fácil la de lidiar con un sol de justicia en la travesía por un desierto en el que la única sombra es la de Rosa Díez, casi tan alargada como la del ciprés de Miguel Delibes. Lo que algunos no recuerdan es que la sombra era «alargada y corta como un cuchillo». Ea.

Se podrán criticar muchas cosas de UPyD, como el hiperliderazgo de su fundadora (como sucede hoy con Albert Rivera en Ciudadanos), su férrea disciplina interna con los díscolos (véanse ejemplos en otros partidos, como el caso de Tomás Gómez en el PSOE) o su indefinición en algunas cuestiones (aquí puede escoger el lector el partido que quiera y tomar diez o doce ejemplos). Es decir, que se le puede criticar lo mismo que a los demás. Y, sin embargo, hay algo que con el tiempo es de justicia reconocer a esta formación política: haber puesto en el foco del debate público la regeneración del sistema. Hoy a todos se les llena la boca con esta palabra, pero en su momento, los de UPyD fueron los únicos que plantearon una regeneración sensata que consistía, paradójicamente, en una vuelta a lo esencial. Es decir, desprofesionalizar la política, exigir honradez y responsabilidad a quienes la ejercen, garantizar la unidad de España, dotar de independencia a la Justicia y volver a garantizar la igualdad de derechos y deberes de todos los españoles.

Ahora, si hablamos de esas cuestiones a todos, menos a Irene Lozano, nos viene a la mente la marca Ciudadanos. Esa formación de mujeres y hombres estupendos, que parecen recién rociados con Nenuco, profesionales liberales, urbanitas y de clase media con aspiraciones a media-alta. Claro está que este perfil tiene sus excepciones que también conocemos, pero a grandes rasgos, esa es la imagen que transmiten sus líderes más mediáticos como Inés Arrimadas, Begoña Villacís o el propio Rivera. No entraré en cómo unos se han comido el pastel de los otros, o de cómo algunos, cual camaleón, han transmutado del magenta al naranja y-aquí-no-ha-pasado-nada-oiga. Pero quien esto escribe siente una debilidad a ejercer la justicia prosaica (la poesía no es lo mío) con quienes habiendo sembrado, no han recogido. O mejor dicho, han visto delante de sus narices como les levantaban la cosecha.

Hay que reconocer a UPyD haber luchado por darle una vuelta a la situación asfixiante que vivía y vive España. Lo han hecho en solitario muchas veces, ninguneados por el resto de partidos en otras y con los medios mirando hacia otro lado casi siempre. Si hoy hablamos de Bankia, de las preferentes, de las tarjetas black, de la bochornosa politización de la Justicia (sólo UPyD se negó a entrar en el reparto de asientos del gobierno de los jueces) y de la necesidad de una regeneración, no ya sólo política, sino también moral, es en gran medida gracias a UPyD. Y el lector pragmático, no sin razón, pensará: «Muy bien, ¿pero de qué les ha valido?». Pues en términos de rentabilidad electoral, de nada, sinceramente. El batacazo ha sido monumental en las últimas elecciones municipales. «¿Y entonces?». Pues como en la vida misma, no siempre los buenos son los que ganan, ni los honrados obtienen todo el reconocimiento que debieran, ni los malos el castigo que desearíamos. Y ya está.

En definitiva, tuvieron buenas ideas y además el coraje para defenderlas, pero fallaron en los tiempos y en empecinarse en que Rosa Díez dilapidara el proyecto político de la formación. Al electorado ´tenía´ que gustarle Díez porque sí. Y fue que no. Así que, mientras Díez bajaba, Rivera y el hartazgo del personal subían de forma simultánea sin que nadie, hasta el momento, haya podido invertir la tendencia, mientras algunos se dan ya al transfuguismo sin complejos tan de la vieja política. Así que hoy, sin fondos para continuar las querellas y con unas expectativas electorales similares a las de Donald Trump en el Bronx, si yo fuera de UPyD, les preguntaría a mis líderes: «¿Y ahora qué?».