El problema de los debates es que casi siempre hay un debatiente que gana y otro que pierde. Un segundo problema es lo mucho que interesan a la gente, y no es lo mismo besar la lona en un gimnasio solitario que en ring con millones de espectadores. Juntando los dos problemas vemos por qué los ya instalados (en el poder o en la oposición) suelen rehuir los debates, con los más variados pretextos: tienen miedo a perder. Ahora bien, un problema mayor que los citados es quedar fuera de foco si se queda uno fuera de los debates, o si se monta un debate trucado, sólo entre poseedor del título y aspirante oficial. Gracias a Rivera e Iglesias, que se han colado en el debate llevándolo a un bar, comienza la verdadera precampaña: diseño del plató, número de sillas, tiempos. La campaña durará luego tres horas, en dos sesiones de hora y media, con un millón de votos en juego, o puede que dos.