Alguien piensa a estas alturas que el PP, con Rajoy al frente, estará en condiciones de formar Gobierno tras las próximas elecciones? ¿O lo que es lo mismo: sacar un número de diputados suficiente para articular con pactos una mayoría parlamentaria? Si todavía queda algún crédulo, ya se puede ir desengañando. No hay más que ver el empuje de Ciudadanos, que viene para robarle la cartera, y cómo está su patio interno, donde no faltan puñaladas traperas, crisis territoriales, militantes que se ´avergüenzan´ de ser del PP (eso dice Montoro) y un liderazgo, el de Rajoy, abiertamente cuestionado.

A decir verdad, parece como si estuviéramos asistiendo a algo más que al final de una legislatura. Esas caras petrificadas, ese desconcierto, esa sombra alargada de Aznar presagian lo peor para la formación. Probablemente, un final de etapa.

Además, frente a los Garzón, Iglesias, Rivera o Sánchez, el actual presidente del Gobierno representa inequívocamente lo viejo. Lo pudimos ver el domingo en el debate organizado por Jordi Évole. Otra historia. Nada que ver con lo visto hasta ahora. Y si me preguntan, no sabría decir quién lo ganó. Pero sí quién lo perdió: Rajoy.

Cuenta el gallego, eso sí, con algunas ayudas. ¡Pero qué ayudas! La de Cañizares, cardenal arzobispo de Valencia, uno de los grandes valedores de la derecha, quizá haya sido la más sonada. Cañizares pregona la ´recuperación económica´. Está en su derecho. Cuestiona, contra lo que dice la propia Cáritas, que haya aumentado la pobreza en España porque no ve «a la gente más que antes en la calle ni viviendo debajo de un puente». También está en su derecho, pero se le ve el plumero. Y arremete contra los refugiados, hablando de ´invasión´, tachándolos de delincuentes (a qué, si no, se refería con lo del ´trigo limpio´) o cuestionando que sean perseguidos. Y lo hace con tan poca caridad cristiana que uno ya no sabe si está oyendo a Le Pen disfrazado de cardenal o a un cardenal de España salido del Ministerio del Tiempo. Del de la Inquisición.

Pero volvamos a la crisis del PP. A ese barco a la deriva que cada vez se parece más al Prestige, o si lo prefieren al Titanic. Lo pudimos comprobar la semana pasada en el Congreso. Ni corta ni perezosa, Saénz de Santamaría montó un show de autobombo, ¿quién sabe si también de autosucesión? con vídeo electoral incluido, que dejó a más de uno patidifuso. Un vídeo plagiado que el propio Margallo no ha dudado en calificar de ´malísimo´ («Cuando vimos lo del hospital€ ¡Madre mía!»).

Utilizar el vestíbulo del Congreso para un acto electoral partidista, pasa. Después de lo de la Gürtel, no nos vamos a parar en estas menudencias. Pero que estuvieran allí todos, divirtiéndose, con cerveza a gogó, complaciéndose con la historia de ´una mujer´ que entró con la crisis muriéndose al hospital y que, a diferencia de lo que ellos quieren hacer creer, sigue todavía en la UVI, es una acto que trasciende lo político y se adentra en lo obsceno. Recuerda, eso sí, aquella escena del Titanic en que mientras el trasatlántico se hundía la orquesta situada en el salón de primera clase seguía tocando para que los pasajeros no perdieron la calma ni la esperanza.

En este caso, en el salón de primera clase del Congreso, no había orquesta, no hacía falta. Pero sí barra libre y un ´vídeo´ interpretando la música que a ellos les gusta.