En épocas pretéritas cuando un documento estaba concluido, se sellaba con un precinto de lacre que lo cerraba e identificaba. En tiempos modernos ciertos documentos se estampan con un sello para darles valor oficial y a las cartas se les pega un timbre para su envío postal. Pero nuestros habladores silvestres hicieron imagen de estos pegotes y pegatinas para extender su significado a a todo aquello que está repleto de algo que se pega como un sello „«La ventana tenía los cristales sellaos de cagás de mosca», «La nena tiene la cara sellada de pecas».

«Ángel llevaba los pantalones sellaos de manchas de aceite»„. Y puestos a sellar, podía considerarse sellado todo aquello que estaba colmado, a rebosar: de gente, de agua, de grano o de cualquier otra cosa. Así que se decía que los palcos de las procesiones estaban sellados de gente, que el tío Fulano tenía la cámara sellá de trigo o que la zafra del abuelo estaba sellada de aceite. Pero todo eso era antes, porque ahora no pegamos ni sellos a las cartas, ni decimos de algo que está sellado, aunque lo parezca.