La avaricia es uno de los siete pecados capitales. Es un vicio, algo malo, algo que los cristianos deberían desdeñar según los más básicos fundamentos de la moral cristiana. Pero he aquí que nos encontramos con innumerables casos de avariciosos, disfrazados de defraudadores, que no tienen ningún reparo en acumular dinero a costa de los demás. Hablo del ilustrísimo Rodrigo Rato, procedente de una no menos ilustre familia de defraudadores-avariciosos (su padre y hermano estuvieron encarcelados en los años 60 por evasión de capitales a Suiza y llevar a la quiebra a dos bancos); hablo de Blesa y compañía, que no dudaron en hacerse de oro con los ahorros de miles de ciudadanos de clase media; hablo de otro tipo de usura, esa que pide a una persona que avale con dos casas un préstamo de 15.000 euros para comprar un audífono. Y lo peor de todo es que a esos ladrones de guante blanco no les pasa nada o casi nada. No dan con sus huesos en la cárcel como medida preventiva. No, ellos no, son ilustrísimos... Incluso les otorgan vía judicial pensiones que ya las quisiéramos el resto de los españoles. Como los 3.500 euros al mes en gastos personales para José Luis Olivas, sospechoso de arruinar Bancaja. Eso es nacer con estrella.