Me gustó La visita, con el sello de M. Night Shyamalan, el director de El sexto sentido, tan buena, y el de otras malas. Me gustó su amable terror, su ironía, los sustos baratos que propina, la originalidad de su meta-montaje, el desenlace a lo gringo, traído por los pelos, y el rap algo chungo. Me moló. Toca la película el síndrome vespertino de una Doris que, al atardecer, sufre confusión y ansiedad, necesita caminar de un lado a otro durante la noche y en uno de esos ataques de las sombras se echa a reír «para encerrar a la oscuridad en una cueva». Fue lo que más me sobrecogió, ese ponzoñoso atardecer que desasosiega, desequilibra, hace llorar a los bebés y desorienta a los ancianos. No sé si por lo poco que me queda de niño o por lo poco que me falta para viejo, tengo la impresión de que atardece en España, veo fantasmas y me cuesta reírme de ellos para espantarlos.