Desaparecida desde hace casi una semana, la todavía presidente del PP en el País Vasco, Arantza Quiroga, acaba de descubrir que las palabras las carga el diablo. Bastó que sustituyese el vocablo "condena" por el de "rechazo" en una moción a favor de la paz en Euskadi para que le cayera encima la reprobación de sus correligionarios.

Quiroga retiró de inmediato la moción, sugirió que no se le había entendido y a continuación hizo mutis por el foro. Hasta hoy.

No a todos les había parecido mal, por extraño que parezca, el plan de paz y convivencia presentado por la atractiva líder conservadora. La propia secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, sostenía ayer que el partido no desautorizó en modo alguno a Quiroga, por más que la ausencia voluntaria de la defendida hiciese pensar en otra cosa.

Quizá Cospedal esté en horas bajas dentro del PP, en el que parecen tener más mano ahora mismo el líder alavés y a la sazón ministro de Sanidad, Alfonso Alonso. A él y otros miembros de la rama vasca del partido les sentó como un tiro la iniciativa de Quiroga, que sin embargo había recibido el pláceme del lehendakari Iñigo Urkullu y de la izquierda abertzale. De ser aceptada la moción, se hubiera alcanzado quizá por primera vez un consenso general para superar el inacabable debate sobre el terrorismo.

Todo sugiere que la dirigente ahora en situación de missing fue víctima de la superstición de las palabras. Donde antes exigía a sus interlocutores la "condena" de ETA, pasó a demandar un "rechazo explícito" de la violencia. Sus contrincantes de Bildu se apresuraron a celebrar el cambio semántico y, acaso sin pretenderlo, le dieron la puntilla. Los compañeros la llamaron al orden gramatical y Quiroga, disciplinadamente, retiró de inmediato la moción para recluirse en su domicilio.

Extraña y hasta resulta paradójico que se tache poco menos que de disidente en cuestiones de terrorismo a una líder que se encuadra a sí misma -sin mentir- dentro del ala conservadora del Partido Popular. Razones no le faltan.

Católica practicante y madre inusual de familia numerosa a la que educa en un colegio del Opus -como el que ella frecuentó en su infancia-, Quiroga se ha manifestado contraria a la despenalización del aborto. Y no solo eso. Su ortodoxia en materia de fe y costumbres la llevó a declarar en una entrevista concedida años atrás su oposición al uso de los preservativos. "En esto estoy de acuerdo con el Papa", aclaró.

Esa rigidez en materia moral la compagina, sin embargo, con una notable dosis de realismo en lo que afecta a la cuestión vasca, que es la suya. Defiende el autogobierno de Euskadi y el concierto económico de cupo, apelando -como buena conservadora- a la Historia y a la tradición.

Tal vez haya ahí alguna influencia de su madre euskalduna, que trató de animarla sin éxito a que militase en el PNV. "A mí me gustaba lo de España", explicaría después Quiroga su decisión de enrolarse en el PP a los 21 años, cuando un simple cargo de concejal suponía ponerse en la mirilla de ETA.

Fue entonces cuando a Aznar le entró por el "ojo derecho" -¿cuál, sino?- y comenzó su ascensión hasta la cumbre del partido en el País Vasco.

Un cargo, el de presidente, que ahora mismo tiene en el aire por culpa de una moción en la que el "rechazo" sustituía a la "condena" del terrorismo. Se conoce que las palabras tienen aún carga explosiva en Euskadi.