De niño, cada vez que íbamos a la playa, nuestro coche pasaba por delante de una decrépita y abandonada mansión que se escondía detrás una enmarañada vegetación y una enorme reja. Estaba en la carretera de San Pedro del Pinatar y mis padres no sabían decirme de quién era. Me fascinaba aquella misteriosa casa y, al pasar, siempre la miraba con la nariz pegada al cristal de la ventanilla. Un día me dijeron que allí murió don Emilio Castelar, el que fuera presidente de la Primera República, una de las figuras clave de las letras y la política del siglo XIX. Ahora, la Casa del Reloj luce espléndida. No es sólo uno de los edificios más bonitos de nuestra región; es un pedazo importante de la historia de nuestro país.