Ochoconocho era el más listo de su colegio. Estudió Física en la facultad y dominó la mecánica clásica hasta que el azar cuántico le hizo abdicar de ella. Entre ondas „y cuerdas„ se hizo un sabio hasta que, también por azar, se encontró con la Muerte, justo cuando ésta le guiñó el ojo cerrado con el que guía hacia lo que no tiene vuelta ninguna. Empezó a fumarse la vida, cuanto a cuanto, onda por onda, hasta que, infiltrado en la incertidumbre que mostraban sus venas, reconoció la impotencia de no poder seguir caminando. Entonces, en la bacina de sus propias heces, arrumbado, se dio de bruces. Murió como un sapo. Él, que pudo poder casi todo, no fue capaz de escapar de los azares que evitan ese futuro exacto incapaz de determinar el presente. No somos nadie.