Los endocrinólogos dicen que hay que comer de todo, pero los derechos del resto de los seres vivos le hacen a uno dudar del omnívoro que lleva dentro. El domingo, de regreso de un viaje a Jaén, paré en Arévalo, en el Asador La Pinilla, de la calle Figones, para degustar cochinillo; allí leí estos versos de una copla del célebre Marolo Perotas: «El tostón saldrá del horno /con el pellejo ampollado, / infladas las orejillas, /el hocico sucio y alto, / las patitas encogidas / y el rabillo ensortijado.. ». Cuando me sirvieron el cerdito, aparté el pellejo y, al verlo desnudo y martirizado, me santigüé, pagué veinticinco euros para que devolvieran el cadáver a su familia y pedí un plato de ensalada; pero, ay, el horror llegó a mi mesa en forma de una lechuga descoyuntada, todavía viva, el corazón desgajado y latente de una cebolla y un tomate rebanado a cuchillo, con las semillas al aire, adheridas a la placenta.