Leí recientemente que en el Reino Unido (los ingleses son fascinantes) se ha desatado una agria polémica relativa a una orgía de juventud en la que supuestamente el primer ministro británico David Cameron introdujo sus genitales en la boca de un cerdo muerto. Maravilloso. Bueno, era joven, seguramente estaba borracho y el cerdo había pasado a mejor vida. Aunque sea no poco desagradable y bastante extraño, tampoco parece algo tan grave.

Esta anécdota me lleva a plantearme, de cara a las cada vez más próximas elecciones de diciembre y siempre con ánimo de reforma, en qué tipo de perversión sexual somos capaces de imaginarnos a los diferentes líderes políticos españoles. Porque, seamos sinceros, de los gustos íntimos de una persona se pueden extraer muchas conclusiones. Dirán los más críticos que es una cuestión irrelevante e, incluso, de mal gusto. No estoy de acuerdo. De cómo se desenvuelva alguien en las artes amatorias se pueden saber no pocas cosas sobre dicho alguien.

Por ejemplo, Mariano Rajoy. ¿Somos capaces de intuir por sus actos políticos cómo son los sexuales? Un catalán independentista diría que el presidente del Gobierno sería un estrecho. Pues a todo le dice que no y nada le parece bien. Un izquierdista le calificaría de castrador social, de tantos como han sido sus recortes en educación o sanidad. Y, sin embargo, uno de sus votantes seguramente le definiría como un machote. Capaz de enfrentarse simultáneamente a los mercados, a los independentistas, a la izquierda extrema y dejarles a todos, si no satisfechos por igual, desde luego si insatisfechos sin diferenciación alguna. Tal vez la esfinge no tenga secreto y un señor con pinta de aburrido y formal sea exactamente eso en todos sus ámbitos: aburrido y formal.

Pedro Sánchez adopta una postura de ligón profesional. Un auténtico rompecorazones. Se sabe guapo y posa de tal. ¿Es sobrecompensación? ¿Será que en realidad nunca se ha comido un colín? Quizá sí. Quizá no. Quién sabe. Desde luego no le hace ascos a los pactos. Literalmente, es capaz de meterse en la cama del acuerdo con quien sea. Menos con el PP, claro. Curiosamente, menos con aquel con el que le acusan de ser pareja formal de casta. Sería algo así como estar dispuesto a darle candela a todas, menos a tu legítima. Tampoco es tan raro. No pocos son así. Afirma que está preparado para hacerse cariños con su versión más joven (Podemos), pero no deja de competir con ella. También habitual. Sonreírle a la nueva chica de moda, pero más por enseñarle los dientes que por mostrar afecto alguno.

Pablo Iglesias no se corta la coleta. Aun es joven y apuesta por lo asambleario. Suena bien. Todos con todos. Sin limitaciones ni represiones. Pelos largos, discutible apariencia de higiene, estilo muy a los años sesenta. A saco con todo lo que se menee. Al menos, así era al principio. De un tiempo a esta parte se nos ha moderado mucho. Ya no va de castigador. Sonríe. Es amable, cariñoso, te besa antes de darte látigo (como amenaza sin vergüenza tan pronto como habla). Sigue siendo el chico malo del baile pero, seamos sinceros, ya no es lo que era. Más de una madre ya no vería con tan malos ojos descubrir a su hija encamada con él (salvo Felipe, claro. Felipe si lo vería mal).

Albert Rivera es el novio que todo padre querría para su hija. Formal, serio, decente, responsable, un pelín soso, pero mejor eso que lo contrario. Tiene pinta de pedirte permiso antes de ponerte mirando a Cuenca. Posiblemente lo haga (lo de ponernos mirando a Cuenca, no lo de pedir permiso), pero lo hará con tanta dulzura que hasta se lo agradeceremos.

Después está el que se echó a perder. Artur Mas. Parecía inofensivo. El típico novio, un poco pijo, un poco pavisoso, en cuya casa te puedes quedar a dormir sabiendo que estarás segura como si en una caja fuerte te hallaras. Y, sin embargo, te despiertas y descubres que te ha echado algo en la bebida y te ha forzado la ley, el Estatut, la Constitución y, ya de paso, algún que otro esfínter. Que además te ha grabado en vídeo. Y que lo ha subido todo a internet. Un indocumentado. Posiblemente ni disfruta con sus vicios. Pero una vez abandonado a ellos, ya no es capaz de dejarlos.

Están los que basta verles y te das cuenta que hace mucho, pero mucho, mucho, que nadie les da cariño: Rosa Diez. Ejemplo vivo de quien se creyó que beberían los vientos por ella y se descubrió sola, triste y confundida. Aznar. El tipo duro que entraba en un bar y escuchaba caer piezas de lencería a su paso y que ahora no despierta ni un suspiro. Felipe. Típico hombre de avanzada edad que intenta no dejar de ser irresistible y que a estas alturas sólo llega a ser incorregible.

Lo de David Cameron les supera a todos. Nuestros políticos son, en el mejor de los casos, aburridos. Algunos bastante ridículos en sus intentos de darse aires de morbo. La mayoría más que probablemente tan insustanciales en la cama como en política. Creo que a nadie se le ocurriría imaginar un affair como el del cerdo con Rajoy. Ni siquiera con Pablo Iglesias. España no es la pérfida Albión. Ni somos tan divertidos, ni tenemos tanto sentido del humor. Nosotros seríamos capaces de tomarnos lo del cerdo en serio y llenar tertulias y foros de comentarios airados de odiadores profesionales.

Pero tal vez en detalles como ese se mida la calidad democrática de los países. No en la vida sexual de sus líderes, desde luego. Pero si en la capacidad de reírnos de ella.