Soy usuaria de las redes sociales. Va por días y los motivos que me mueven a ello son muy dispares. Ya puede ser para comentar algo relacionado con la actualidad, charlar con amigos, colgar fotos de lo que me da la gana y de los momentos que me vuelven a dar la gana. Ya no hay salida, una vez que estás dentro de este ´nuevo mundo´ es difícil salir de él. Sin embargo, la tarde del pasado lunes pude presenciar una imagen que me dio escalofríos, me provocó asco de la sociedad que hemos creado. La escena se desarrolló en la puerta de la casa de Maimouna -la joven de 23 años que perdía la vida a manos de su pareja en Beniel-. Allí me acerqué, no por placer, más bien porque me dedico al periodismo y hasta el lugar de los hechos tuve que ir para recabar información. De siempre, todo suceso llama poderosamente la curiosidad de vecinos, junto a las cámaras y los periodistas son muchos curiosos los que se acercan, pero lo que vi no me gustó nada: niños y adolescentes totalmente inmóviles con sus teléfonos preparados para captar la foto del cuerpo sin vida de la joven cuando era trasladada al furgón de la funeraria. La normalidad con la que todos vemos un hecho tan asqueroso y condenable es pasmosa, pero que unas madres rieran las gracias de sus hijos, mientras estos querían hacer ´la foto´ para compartirla en Facebook da aún más miedo.