Cuando nominaron como candidato a Pedro Antonio, un servidor fue de los mas aguerridos en su contra porque significaba la continuidad del valcarcelismo, un sistema político obsoleto que quería cronificarse parasitariamente en la juventud del delfín elegido.

Pedro Antonio bebía de las intrigas palaciegas y se sometía a los hilos valcarcelianos sin rechistar, quizás como única forma de no ser eliminado en el estadio embrionario. Pudo dar la sensación de ir contra Alberto Garre, pero nunca fue así. Él no fue mas que el medio forzoso de las iras de otro. Por Pedro Antonio, hoy Alberto Garre sería, como poco, senador, pero€

Llegaron las votaciones y el PP fue el mas votado, aunque no alcanzó la mayoría absoluta. Oye, ¿y por qué no decirlo?, por la culpa de quien puso a Pilar Barreiro al frente de las listas de Cartagena€ el mismo que no quiso a Garre.

Fueron los cartageneros los que destronaron al PP en la Región, o lo que es lo mismo, los cartageneros fueron los primeros en derrotar al Valcárcel que con prepotencia movía los hilos en la sombra.

Los resultados electorales, por muy pocos votos, obligaban por primera vez al PP a negociar, forzando a Pedro Antonio a una urgente conversión.

Los pactos se produjeron de forma natural. Por un lado se unieron los de la izquierda y por otro los de centroderecha. La posición de Miguelín, apoyando a Pedroan, aupó a éste a la presidencia, para regocijo de los valcarcelístas, que pensaban que se iban a perpetuar en el poder, no valorando que Pedro Antonio empezaba a cambiar y pensando que Miguelín era una ´maría´ que tras darles sus votos se iba a sentar en el portal de su casa a verlas pasar. Se equivocaron una vez más, algo muy usual en los regímenes políticos en decadencia, que no dan ni una.

Miguelín es muy Miguelón y se hizo de valer, puso duras condiciones, exigió medidas y reformas, a las que inteligentemente el candidato valcarcelista, que ya no era el mismo, accedió sin hacerle mueca alguna al aceite de ricino. La conversión de Pedro Antonio había comenzado como un hecho irreversible.

Lo que el bueno del líder de Ciudadanos no sabía es que le estaba haciendo un enorme favor al nuevo presidente, liberándolo de las enmohecidas cadenas de Valcárcel.

Gracias a Miguelín había comenzado una nueva etapa en la región murciana; el valcarcelismo había recibido un rejón de muerte, con inminente fecha de caducidad, lo que legitimaba a Pedro Antonio a emprender su propio camino lejos de su mentor, permitiéndole formar un Gobierno casi al margen del PP, al tiempo que enviaba un claro mensaje a las momias peperas de que hasta allí habían llegado las viejas formas de entender la política y que ahora tocaba un nuevo cambio, el suyo propio.

El candidato a la presidencia que puso Valcárcel no es el mismo que el que hoy está de presidente; su conversión es un hecho contrastable, aunque él pudiera pensar que es el mismo de siempre€ pero no, no lo es, ha cambiado y para mejor.

Hoy es un buen presidente, democrático y dialogante, participativo e inteligente. Sabe escuchar a la oposición y aceptar todo lo bueno que viene de ella. Con los dos duros que le han quedado para gestionar el presupuesto está haciendo una magnífica política que es de derechas y de izquierdas a la vez, con tanta sensibilidad social como incentivadora de los mercados productivos y de consumo, como única vía para reactivar la economía y aumentar los cuartos públicos, sin subir los impuestos, que buena falta hacen.

Hasta tal punto ha cambiado este hombre que si el líder del PSOE Rafael González Tovar, mi Rafagón, hubiese sido el presidente, su política no se distanciaría mucho de la que está realizando Pedro Antonio. Sí, ya sé que esto puede sonar raro, pero la economía, los cuartos, dejan poco margen para grandes políticas diferenciadoras, por mucho que algunos prometan lo incumplible. No se engañen, el margen diferencial entre PP, Ciudadanos y PSOE es tan estrecho que entre unos y otros apenas cabe un alfiler. Otra cosa son las quimeras a las que tanto gustan algunos para conseguir meter la boca en el pesebre.

Gobernar es muy complicado, no se contenta a todos, pero Pedro Antonio casi lo está consiguiendo. ¿Qué? Claro que si, con la influencia directa de Miguelín, por supuesto.

Todos pensábamos que Pedro Antonio iba a gobernar pendiente de las instrucciones que le dieran por teléfono desde las Europas, pero en cien días ha demostrado que ha sido capaz de eliminar de su bagaje la carga y la tara con la que llegó, comenzando una nueva etapa que ya está dando unos excelentes resultados, si algo no lo trunca.

Alberto Garre le dejó encauzados los asuntos del aeropuerto y de la desaladora, lo que ha evitado que las responsabilidades pesen sobre sus hombros. ¡Qué menudo pastel dejó Valcárcel! Por otro lado están las corrupciones e investigaciones, que ha sabido gestionar muy bien, no poniéndole puertas al campo.

Incluso la cuestión del AVE le está saliendo bien, gracias a la magnífica y fructífera gestión que ha realizado como mediador el presidente de CROEM, José María Albarracín. ¡Ay! si este hombre no hubiese estado uniendo voluntades de distintos coloridos, hoy ni AVE ni ná, por muchas automedallas que algunos políticos se cuelguen ahora.

Si a todo esto le sumas que Pedro Antonio ha sabido conformar un buen equipo de gobierno, en contra del PP ranciero y de las sugerencias valcarcelianas, bien se puede decir que hasta hoy el trabajo está bien hecho y así hay que decirlo y reconocerlo€ pero eso a algunos les cuesta un horror. Hoy la humildad no es una virtud muy extendida.

Por cierto, ¡por fin! un consejero que se merece un diez, el de Hacienda, Andrés Carrillo, el único que ha llegado a ese puesto y no habla de subir impuestos, todo un lujo que esperemos no nos quiten los aires nacionales para futuro ministro de Hacienda€ que el ojo ya se lo han echado. ¡Chsss!, pero si al final va a terminar subiéndonoslos como sus antecesores, ¡que se lo lleven ya! que para hoy es tarde.

¿Mi tocayo el consejero Hernández? Mejor dejamos el tema.

¿Que no he dicho nada de Podemos? Pues no, que bastante preocupación tienen los pobrecillos con pisar el freno en la cuesta abajo.

Lo dicho, gracias a unos, a otros y a él mismo, lo cierto es que hoy, tras cien días de gobierno, la conversión de Pedro Antonio es una realidad que lo califica como un buen presidente€ Una pena que la mochila no la tenga vacía.