En política, como en casi toda actividad que requiera persuasión, gana quien cuenta mejor una historia y acaba por convencer. Esto no lo han inventado los políticos de hoy en día, sino que basta con acudir a los clásicos latinos para comprobar hasta qué punto articulaban y componían sus discursos para conseguir sus objetivos, eso sí, basándolos en poderosas argumentaciones de carácter tanto racional como emocional, y en el uso de la palabra.

Actualmente, en nuestra sociedad, es difícil que el mismísimo Cicerón nos pudiera convencer usando únicamente sus habilidades, en primer lugar porque su capacidad se basaba en una interacción directa con sus oyentes, y en segundo lugar porque vivimos unos momentos en los que no sólo nos influyen aspectos objetivos a la hora de tomar una decisión. Otra de las grandes dificultades que tendría el maestro latino sería su capacidad de hacerse escuchar, pues su discurso elitista e intelectual no tendría hueco alguno en los medios de comunicación actuales, salvo en alguna columna de opinión. Tampoco tendría mucha fortuna a la hora de defender argumentos en una institución, pues es más que probable que los propios compañeros de su imaginario partido lo marginaran electoralmente, debido, precisamente, a su notable intelecto. De poder hacerlo, primarias mediante, tampoco su trabajo tendría mucho recorrido, pues las intervenciones plenarias suelen servir, preferentemete, para acumular los archivos históricos, y no para tambalear las conciencias de las masas ciudadanas. Pero esa es otra historia.

A lo que voy es que no basta con tener el mejor argumento, sino que convence el más efectista de ellos, y por supuesto combinado con herramientas multidisciplinares. Y eso funciona para la política, para el consumo, el deporte de masas, o la cultura popular. Tanto es así que el marketing es una de las principales actividades en las que invierte cualquier marca publicitaria que pretenda llegar a los consumidores con éxito.

En política, de un tiempo a esta parte, también el marketing ejerce su importante papel. Cada vez más los partidos se convierten en marcas, los programas electorales en meras emociones, y las intervenciones televisivas en dramatizaciones previamente calculadas. Esto, lamentablemente, relega a un segundo plano todo lo importante desde el punto de vista político, que son las decisiones que afectan a la vida de las personas. Los Gobiernos y partidos ponen en marcha importantes campañas de storytelling en el sentido de crear universos propios, historias de héroes y villanos, que obliguen al espectador a tomar parte inconscientemente por alguien, y generen, automáticamente, el consecuente rechazo hacia la otra parte. Ejemplos tenemos para dar y tomar, sin entrar a valorar la realidad o no que escondan estas 'políticas noveladas': el «Espanya ens roba», el «No a la Guerra», «los presos políticos de ETA», «Sí se puede», o mucho más cercano a mí, geográficamente, el «Agua para todos» con el que el Partido Popular movilizó a la mayor parte de la sociedad murciana frente a un Gobierno socialista 'insolidario y vengativo'. Distingamos un mero lema o eslógan, de los anteriores ejemplos, que esconden no sólo palabras con un mensaje, sino toda una estrategia de acción en distintos campos, escenarios, tiempos y protagonistas, con objeto de crear realidades en sí mismas. Requieren de tiempo, medios, cómplices, y un poco de suerte.

En estos últimos días en Murcia hemos conocido el «AVE Ya», un nuevo storytelling con sus buenos y malos, y como decía antes, con su claro objetivo de conmover, y de obligar, quiera uno o no, a tener que decidirse entre posturas incompatibles y enfrentadas. No quiero con este artículo posicionarme, aunque públicamente sea conocida mi opinión sobre este asunto, sino que únicamente tengo intención de señalar el proceso, el diseño en sí, que ha sucedido. Representantes de colectivos vecinales, profesionales y empresariales, medios de comunicación, ciudadanos, etcétera, han participado, voluntaria o involuntariamente, en un artificio brillantemente diseñado, consiguiendo su objetivo. Los diseñadores y beneficiados merecen una felicitación por ello, pues es justo reconocer lo hábil que ha sido el proceso, y la suerte corrida. El consuelo que les queda a otros es pensar que Cicerón, de vivir aquí y ahora, se echaría, lamentándose, las manos a la cabeza.