Cuando era niño, hace ya algunos años, jugábamos a hacer cabañas en árboles, a luchas con ´auténticas´ espadas de madera, con sus astillas y todo; a tirarnos por un terraplén con un cartón y a mil juegos más o menos igual de peligrosos. Además, los columpios eran de hierro (¿quién no recuerda esa bola gigante a más de tres metros de altura con barras a la que había que subirse?). Pues bien, los chavales de mi generación hemos llegado a adultos, con alguna que otra cicatriz es cierto, pero hemos llegado. Por eso me sorprende que un informe presentado hace unos días por la Defensora del Pueblo, Soledad Becerril, alertara de que los parques infantiles en España carecen de «unas normas mínimas de seguridad». Que conste que es algo que me parece muy oportuno y que debe llevar a medidas de protección, aunque alucino al ver que la mayoría de los ´peligrosos´ artilugios están forrados de plástico y tienen base antigolpes. Por cosas como ésta cada día estoy más convencido de que los chavales de finales de los 70 y principios de los 80 estamos vivos de milagro...