Si oyen ustedes que ese niño corre más que el decirlo, que Andrés es más tonto que el decirlo o ustedes mismos confiesan que están más hartos que el decirlo, veremos que estamos ante un símil que tiene mucho que ver con la discusión sobre la mímesis del lenguaje: si las palabras son imagen fidedigna de las cosas o meros signos que las representan arbitrariamente. Ni que decir tiene que quien esto dice considera que los hechos tienen más realidad y verosimilitud que los términos que los representan: que del dicho al hecho va un gran trecho, por lo que nos haremos cargo de su intensidad y certeza si los presentamos ante el oyente como algo real visto o vivido, más que referido o contado. Además, este cliché nos libera de repetir términos de comparación que no resultan siempre originales ni convincentes: Picio para la fealdad, burro como espejo de la ignorancia, la estrella fugaz como imagen de la velocidad?. Así que bastará con afirmar que algo o alguien es más feo, más tonto o más veloz que el decirlo para que todo quede claro y bien entendido.