Una conocida de mis amigos, tras 31 años sin visitar Molina de Segura, regresa y les pide que la lleven a La Higuera, «aquel bar donde los pasábamos tan bien». Hace ya tres años que La Higuera echó la persiana, echándola también al pasado sentimental de miles y miles de molineros (y forasteros que nos visitaban). Se trataba de un bar normal, con sillas y mesas normales, con un gran patio al fondo al que daba sombra una enorme higuera. Allí, bajo sus ramas, se reunían cada día cientos de jóvenes atraídos por el buen ambiente, la buena cerveza a buen precio y el sabor de un calamar a la romana como ya nunca lo hemos vuelto a probar. Allí, bajo sus ramas hicimos decenas de amigos de esos que son para siempre, nos recomendamos libros, películas y canciones, nos enamoramos (me presentaron a mi legítima en una de sus mesas), redactábamos panfletos contra el franquismo y soñamos con un mundo mejor, que nunca llegó; planeamos acampadas, visitas a conciertos y manifestaciones. Y allí, bajo las ramas de aquella higuera, sobre todo nos reímos, nos reímos mucho, nos reímos hasta hartarnos€ como solo se ríe en la juventud.