A veces, inesperadamente, la página en blanco comienza a teñirse de negro porque una palabra o una frase te rondan en la cabeza, suscitadas por un sentimiento, una noticia o un problema. En este caso, lo que me ronda desde hace algún tiempo es la palabra ´brecha´ y la expresión ´estar en la brecha´.

Todo el mundo sabe que la palabra ´brecha´ es polivalente, polisémica, y que, según el contexto en que se utilice, puede tener una u otra significación. Para empezar, una brecha es una abertura, agujero, orificio, grieta o herida. Utilizamos la palabra en este sentido cuando queremos expresar que algo se ha roto, o que se ha abierto. Por ejemplo, decimos: «Se abrió una brecha en la cabeza», para expresar que la cabeza se le ha roto a alguien.

Pero también utilizamos la expresión «hemos abierto brecha» para indicar que hemos conseguido romper la resistencia de alguien. Antiguamente, se utilizaba para referirse a los boquetes que la artillería abría en una fortaleza. De manera metafórica, decimos que «hemos abierto brecha» en el ánimo de una persona, para señalar que la hemos convencido, o al menos hemos debilitado su posición. Y, por último, «estar en la brecha» es mantenerse fiel a un ideal y defenderlo con firmeza y constancia, a pesar de todas las dificultades.

De alguna manera, todos estos sentidos están incluidos y entrelazados en el polifacético movimiento feminista, que desde hace más de dos siglos viene luchando para conseguir el reconocimiento social e institucional de la libertad y la dignidad de las mujeres, y, en concreto, de la labor silenciosa „a menudo invisibilizada, menospreciada y expresamente ninguneada„ que muchas de ellas llevan a cabo no solo en la vida doméstica, sino también en la empresa, la política, la enseñanza, la sanidad, la ciencia, la literatura, las artes plásticas y escénicas, etc. Una labor que no solo realizan de manera activa y cualificada, sino que también han de reivindicar de manera activista y afirmativa.

Hay mujeres activas y creadoras que no se reconocen como feministas o que dicen no deberle nada a este movimiento social, pese a que desde las primeras revoluciones políticas modernas fueron las pioneras del feminismo quienes comenzaron a ´abrir brecha´ en la altas murallas del patriarcado, es decir, comenzaron a romper modelos ancestrales de comportamiento de las mujeres y hacia las mujeres. Y, gracias a ellas y a quienes siguieron ´en la brecha´ abierta por ellas, comenzaron a vencerse o debilitarse las resistencias que se oponían a la presencia de las mujeres en la vida pública.

Efectivamente, gracias al compromiso de muchas mujeres y a su activismo feminista, hemos abierto una brecha en el ánimo de las mentalidades patriarcales, hemos debilitado su posición, y poco a poco vamos convenciendo y convirtiendo a mucha gente „mujeres y hombres„ a nuestra justa causa. Y lo estamos consiguiendo porque estamos dispuestas a seguir ´en la brecha´ abierta por nuestras predecesoras, porque estamos decididas a mantenernos firmes en la defensa de nuestro ideal y a luchar por nuestros derechos, con todas sus consecuencias y a pesar de todas las dificultades.

La lucha por la conquista de nuestra autonomía, la defensa de nuestra capacidad para vivir, actuar, investigar, pensar y crear libremente, nos está costando muchas vidas. Cada año son violentadas o asesinadas en el mundo muchos miles de mujeres, y sus muertes generan brechas en nosotras, heridas muy profundas. Porque cada vez que una mujer es objeto de violencia, algo se rompe dentro de nosotras. Pero, a la vez, algo se refuerza: la convicción de que debemos seguir en la brecha, luchando con firmeza por la emancipación real de más de la mitad de la humanidad. Por eso, muchas de nosotras vamos a congregarnos el 7 de noviembre en Madrid, para denunciar las violencias machistas y exigir un Pacto de Estado ante todas las formas en las que se manifiestan.

No es que las mujeres tengamos que aprender a ser autónomas, muchas de nosotras ya lo somos. Son los hombres „o, al menos, muchos de ellos„ los que tienen que aprender a respetar y valorar nuestra autonomía. Son ellos los que necesitan aprender a ser autónomos, a cuidar de sí mismos y de quienes les rodean, a no entender las relaciones afectivas como relaciones de dominio y posesión. Son ellos los que deben educar sus sentimientos y adquirir la capacidad de vivir solos, sin una mujer a su lado que los cuide. Porque hay muchos hombres que todavía siguen buscando en la pareja a una segunda madre, o peor aún, a una esclava.

Las mujeres no renunciamos a ser madres, pero solo de las criaturas pequeñas y desprotegidas que hemos deseado libremente, y que necesitan de nuestro amor y cuidado. No queremos ser las madres de nuestros compañeros, hombres adultos que deberían haber aprendido a valerse por sí mismos y a compartir con nosotras el cuidado de las criaturas que tenemos en común. El cuidado, la ternura y el amor que las mujeres damos a los hombres con los que convivimos, han de basarse en el respeto mutuo y en la atención recíproca.

Y este reconocimiento mutuo entre mujeres y hombres no debe darse solo en la vida privada, también en la vida pública. Porque esta será la única manera de salvar la brecha y cerrar la herida entre hombres y mujeres.