A lo que parece, Pedro Sánchez todavía no ha entendido, como su aspirante a compadre Iglesias, que el pasado domingo se acabaron las terceras vías, las equidistancias, el sí pero no pero quizás de ese PSC estomagante que es el principal culpable del ascenso del separatismo, al que vendió a la clase trabajadora castellanohablante, que le correspondió dejando de votarle. La caída ha seguido, y si ha sido más lenta es sólo porque alguna gente de izquierdas en Cataluña es ya demasiado mayor para votar a Ciudadanos o para pasarse a un PP desleído.

Pero leer eso como un apoyo a la vía federal, que es la última solución que aceptarían los separatistas, constituye un error suicida que podría suponer el fin de España. No por el federalismo (aquí somos todos federales, pues lo que pedimos es igualdad, moniatos), sino porque distraería al PSOE de la que es su obligación hoy: formar parte de un frente constitucionalista que plante cara al secesionismo catalán y a la neonación vasco-navarra (a la que ya es hora de que se les quiten los privilegios, ese sinsentido de que los ricos xenófobos vivan de los impuestos de los pobres a los que desprecian), y represente a esa inmensa mayoría de españoles que queremos vivir en un nación donde seamos iguales en derechos y libres para ejercerlos en cualquier lugar de España. Sin embargo, de momento, los de Tovar-Sánchez se abstienen en la Asamblea en la moción de Ciudadanos a favor de la unidad de España, y en Baleares ¡votan en contra!, ¡el PSOEspañol vota contra España!

Ya sólo Susana Díaz, en este PSOE acatalanado y bobo, dice algo similar a lo que entendíamos por socialismo cuando entonces: nada de equidistancia. Lo que no significa apoyar a Rajoy, pero jamás estar cobardemente igualando a Rajoy con Mas. Esperemos que sea algo más que una táctica para derrocar a Sánchez, que bien derrocado estará por inane, ambiguo, cobarde, acomplejado ante el nacionalismo y soso. Susana, espero, sabe que el federalismo es impracticable con los secesionistas sublevados, y que lo primero es aplastarlos con la democracia y las leyes, imponerles con la fuerza de la mayoría la igualdad que rechazan, para después articular la Constitución que equipare a todas las regiones, acabe con las prebendas y consagre la redistribución territorial de la riqueza a la que se oponen los separatistas. O sea, Cádiz, 1812. Doscientos años después y aún estamos combatiendo a los mismos reaccionarios de siempre, los fantasmas de Fernando VII, los carlistas, los foralistas, los curas trabucaire, los nacionalistas, los singularistas y la izquierda cretina que les pone la alfombra.