No son la misma cosa. De hecho, casi estoy por decir que son la contraria. El Progreso (de pro), que es algo tan bonito que en Murcia hasta le hemos puesto un barrio, suele estar relacionado con el bien común, con el aumento de la calidad de vida de comunidades enteras. El pogreso, en cambio, tiene más que ver con el clásico «¿qué hay de lo mío?», donde el bien se lo embuchan dos o tres, y la factura se adhiere al riñón común, que a estas alturas ya está trufadito de cálculos.

Viviendo en la Región uno corre el peligro de confundir uno y otro, como ocurre en el dialecto de la inmensa mayoría de la prensa local, que suele utilizar la primera variante para referirse a la segunda, en todas las portadas, y reserva un hueco de seis líneas (entre los anuncios por palabras y las esquelas) para lo relacionado con el Progreso de verdad. ¿Qué era, entonces, el plan de recuperación del barrio de La Paz de Cámara y López Rejas (ambos imputados ahora)? ¿Y el Parque Paramount? ¿Y las vacías urbanizaciones de la Nueva Condomina, en el centro de la Umbra por el presunto escamoteo de 500 millones de euros públicos? ¿Y el auditorio de Puerto Lumbreras? ¿Y la desaladora de Mazarrón? ¿Y las desérticas y carísimas infraestructuras culturales del consejero-sobrino? ¿Y el aeropuerto de Corvera? ¿Y el AVE en superficie? ¿Progreso, o pogreso?

Lo estamos viendo estos tristes días de AVE a trágaloperro: el tren del pogreso no se para ni tras la pérdida de las mayorías absolutas pogresistas del PP: ahí acuden PSOE y C´s a apuntalar una feliz gobernación de tresporcientos y quéhaydelomíos que se presenta como eterna. Ganas dan de subirse a ese, ejem, tren e invertir en autobuses, que serán los grandes beneficiados de la operación, al cuadruplicarse el precio por billete y desaparecer el Alvia. ¿Pero y entonces, el Progreso? Habrá que buscarlo como al barrio: al otro lado del muro.