Confieso un pequeño pecado. Cuando voy a la peluquería, suelo dejarme caer veinte minutos antes de la hora concertada para poder ojear sin prisas las revistas del corazón. Es en el único sitio donde puedes hacerlo sin temor a que te llamen marujón. El problema es que, como soy tan poco aficionado a cortarme el pelo, leo un mes el reportaje de boda de una pareja de famosos y, a la siguiente vez que acudo a la peluquería „seis meses después„, ya me encuentro con las disputas públicas de la pareja mantenidas por su divorcio